La mayoría de las recuperaciones de discos históricos son un ejercicio de autocomplacencia. Pero creo que esta no lo es. Porque Introglicerina (1990), interpretado durante dos noches consecutivas en la 16 Toneladas con todo el papel vendido muchas semanas antes, fue como un punto y aparte en la carrera de Seguridad Social, y no una plantilla sobre la que acomodarse. La gran mayoría del público en general les conoce por el rock latino que patentaron a partir de 1992, con hits como “Chiquilla” o “Quiero tener tu presencia”. Pero este capítulo anterior fue otra cosa muy distinta. Su último disco de rock tal y como lo entendían tras haberse curtido en el punk. El último con Cristóbal Perpiñá a la guitarra, Julián Nemesio a la batería y Emilio Doceda al bajo.
La historia de un gran éxito que pudo ser y en realidad no fue. Aunque tenía muchos números en la rifa. Un disco hijo de su tiempo: aquel periodo, entre 1988 y 1991, en que las guitarras parecían morder con más intensidad, o al menos con más filo. La mejor época de The Godfathers, The Cult, Gun o Living Colour. Cuando el rock alternativo anglosajón (y el mainstream) aún toleraba infecciones hard rock que luego, ya en plena era grunge, cobrarían otra forma. No es casualidad que su productor, Andy Wallace, hubiera participado en discos de las dos primeras bandas que hemos mentado. Ni que mezclara luego el Nevermind (1991) de Nirvana junto al productor Butch Vig. Le convenció, según dijo José Manuel Casañ sobre el escenario, el riff de acero de la guitarra de Perpiñá en “Perdido”. Pese a todo, no ha envejecido mal.
Recuerdo pocos conciertos con un sonido más potente y nítido en la misma sala. Y eso que sus condiciones son ya de por sí óptimas. Tan solo la actitud (sobre todo al inicio) del siempre eficaz frontman que es Casañ, como de estar un poco de vuelta de todo, me chirrió. No exenta de lógica, por otro lado: va con la desmitificación, la conciencia del paso del tiempo, la relativización de los logros. Y eso está bien, pero me gustó más su sobriedad en el tramo final. Porque el concierto entero (fui al segundo de los dos) fue un imponente reguero de perdigonazos de rock hormigonado y cortante, que sonaron como un cañonazo. Fruto del ensamblaje recuperado. Con el vitaminado preludio de Los Radiadores, por cierto, la banda idónea como telonera. Cayeron “Acción”, “1, 2, 3, mueve los pies”, “Jaleo real”, “Perdido” e incluso cosas anteriores como “No es fácil ser Dios”, “Que te voy a dar”, “Soy un salmón” o aquella “Todo por el aire” que grabaron junto a Bruno Lomas, como cierre.
Nadie diría de ellas que han cumplido 32 años.