Hay algo que sigue siendo inexplicable cuando se apagan las luces y el proyector (ahora digital) se pone en marcha. Me ha sucedido con Atómica, de David Leitch. Nuestro amigo, colaborador y escritor Román Gubern ha reflexionado mucho sobre ese fenómeno. Se ha dicho a menudo que el cine es una fábrica de sueños, pero para Gubern es un espejo de fantasmas. Y posiblemente ambas afirmaciones sean ciertas. El cine son sueños y fantasmas y nos remite a lo más oscuro, atávico y difícil de entender del alma humana. Como digo, me ha pasado con Atómica, una de las películas más originales, entretenidas y recomendables de este verano. Si como dice Gubern “no es la tecnología lo que salvará al cine, sino el talento”, entonces la película de David Leitch, (director de esa pequeña genialidad llamada V de Vendetta), está llena de sorprendente talento. Aborda una historia aparentemente trillada, pero consigue persuadir e introducirte en un relato con dobles y triples giros de guión y donde el engaño parece permanente. La película consigue trasladarnos al Berlín de 1989, cuando el muro estaba a punto de desplomarse y con él, una época, una era
y un ecosistema de espías y grises personajes que habían conseguido trazar su propia red de intereses y donde no se sabía bien finalmente a quién servían en un juego de suma cero. Leitch nos sumerge a ritmo de David Bowie, Queen, Nena en ese Berlín del Este y el Oeste, donde se podía pasar de la sofisticación de un bar de copas plagado de espías soviéticos a una discoteca moderna y alternativa o a la cruda trinchera en forma de muro.
El director ha cuidado hasta el más mínimo detalle desplegando una refinada estética neochentera que abarca desde los títulos de crédito, copiando el estilo de la época, hasta la aparición de los primeros ordenadores (títulos finales). El guión parte del cómic Coldest City firmado por Kurt Johnstad (habitual de Zack Snyder), con los sucesos previos a la caída del muro como trasfondo y ahí inserta la historia de esta heroína que habla poco y reparte leches que da gusto. El film está plagada de excelentes secuencias y vibrantes diálogos (“Hueles a Stasi”, le espeta Charlize Theron a un gris funcionario).
También hay violencia y realismo en las coreografías de acción y alto voltaje entre la espía francesa que interpreta Sofia Boutella y la propia Theron. Aquí hay que hacer un punto y aparte para hablar de Charlize. La sudafricana hace un despliegue interpretativo, de enorme sensualidad y al mismo tiempo de dureza masculina. Si hay películas escritas, dirigidas y pensadas para una actriz esta es una de ellas. Se nota que ha trabajado, mano a mano, con el director y firma como coproductora. Una vez más Theron, hace gala de una inteligencia, elegancia, belleza y unas dotes interpretativas fuera de lo común. A ello contribuye también James McAvoy, otro excelente actor, especializado en papeles complicados (lo vi hace poco en la sugerente Múltiple de M. Night Shymalan) y los siempre respetables secundarios Toby Jones, John Goodman o Bill Skarsgard. Y me gustaría reseñar también el impresionante diseño de producción recreando el Berlín de la época (amo esos automóviles Lada Niva que no se rompían nunca), con homenaje a Tarkovski incluido, y la música de Tayler Bates.
En definitiva, Atómica es una película curiosa y entretenida que, por momentos, me trasladó a esos fantasmales finales de los 80, con unos excelentes actores y un director que despliega todo su talento. Un mundo de posguerra Fría que por cierto, parece que vuelve al cine o quizá nunca se fue. ¿Quién da más?