Un pequeño pelotón de soldados (enseguida conocemos que son franceses), deambula por las desiertas calles de la población de Dunkerque. De repente son tiroteados desde puntos indeterminados. Corren sin parar y solamente uno de ellos logra sobrevivir tras saltar una valla y recalar en una trinchera urbana defendida por británicos. Desde ahí entra en una inmensa playa en la que se apiñan enormes columnas de combatientes.
Este arranque de Dunkerque, la última película del sólido director Christopher Nolan, ya nos anuncia que no estamos ante un convencional relato que narra una de las tantas batallas o acciones bélicas míticas en torno a la Segunda Guerra Mundial. No se trata de “contar” la historia a la manera clásica, con sólidos personajes, abundante anecdotismo, diálogos explicativos o heroicidades varias.
Nolan, también autor del guión, apuesta una vez más por el realismo consustancial a sus películas, que incluso ha aplicado a su cine de ciencia ficción o superhéroes. A ello contribuye una fotografía de tonos fuertes obra de Hoyte Van Hoytema. El director ha concebido el relato en tres partes que se van sucediendo a través de un hábil montaje paralelo, creando tres puntos de interés: la trágica situación en la playa de Dunkerque, los enfrentamientos bélicos en el aire entre los aviones alemanes y los británicos y la expedición de un barco de recreo que parte, junto a muchos otros, al rescate de los militares asediados en la playa por el ejército alemán, ya en las calles de la ciudad, y el castigo de los Stukas germanos. A ello hay que añadir algunas otras escenas, bien resueltas, como la de los soldados que se esconden en un pesquero a la espera de que suba la marea e intentar zarpar, o el rescate en el mar de dos pilotos británicos, cada uno con una reacción psicológica muy diferente.
Como en una película de S.M. Eisenstein, el ritmo del montaje en paralelo va aumentando conforme avanza la narración. La música del maestro Hans Zimmer, cuya mayor parte está compuesta a base de martilleantes sonidos, también va “in crescendo”. Los personajes apenas existen, aunque un soldado francés que se “cuela” entre los británicos sirve, de cierta manera, de hilo conductor. El mando está ausente. Únicamente aparecen dos oficiales (uno de ellos interpretado por Kenneth Branagh) que, prácticamente se limitan a ser testigos de la gran masacre de la que están siendo víctimas. Impotentes ante los acontecimientos, saben que la Marina no enviará más barcos ni aviones para participar en el rescate, a pesar de que la distancia entre ambas costas es de unos 30 kilómetros. Se guardan las fuerzas para defender, próximamente, una posible invasión de Gran Bretaña por las tropas de Hitler. Por cierto, el ejército alemán es como un fantasma. No tiene rostro, como en la película de Raoul Walsh Objetivo: Birmania (1946), donde apenas se veía a los japoneses. Dunkerque es una película fundamentalmente coral.
Maravilloso ese plano de una larga columna de soldados británicos, esperando embarcar, todos con sus cascos, cuando se escucha el sonido de un avión nazi y uno de ellos alza la cabeza hacia el cielo. Imposible no rememorar el mejor cine soviético de directores como Dovzhenko o Eisentsein.
Pero a esta magnífica película bélica le sobra, según el modesto entender de un servidor, una parte de metraje referida a los enfrentamientos en el aire entre aviones de ambos bandos, demasiado reiterativa y confusa. Tratándose de un film realista, tampoco la historia refleja con la debida precisión que de los 400.000 soldados atrapados en la playa, se salvaron unos 330.000. Curiosamente, lo que fue una derrota humillante, en Gran Bretaña se vivió con una gran hazaña de sus soldados.
Al final te queda el regusto de pensar que casi todos esos soldados fueron los que, en mayo de 1944, desembarcaron en Normandía. Las guerras de nunca acabar…