Hay que reconocerle a la joven actriz Jennifer Lawrence su valentía a la hora de abordar un papel tan exigente como el que interpreta en Gorrión rojo, aunque ya venía de otro trabajo muy complejo, Madre!, del exigente director Darren Aronofsky, además de la trilogía de Los Juegos del hambre. Ella es la heroína, a su pesar, de esta historia de espionaje entre rusos y norteamericanos, situada en la actualidad. El largo periodo de la Guerra Fría sirvió como telón de fondo para escribir muchas novelas y producir películas, con mayor o menor acierto. En la escritura destaca el gran John le Carré, varias de cuyas narraciones fueron trasladas al cine, con títulos tan destacables como El espía que surgió del frío (1965), de Martin Ritt, o El Topo (2011), de Tomas Alfredson. La tensión que se ha reabierto y recrudecido entre estos países tras la llegada de Putin al poder, que parece perpetuarse, y de Donald Trump a la Casa Blanca, sirve de caldo de cultivo para nuevas historias.
Gorrión rojo está basada en la novela de Jason Matthews, un ex agente de la CIA durante 33 años, la primero de una trilogía, que publicó en 2013 (Los Libros del Lince). Con algunos cambios importantes, el guionista Justin Haythe y el director Francis Lawrence (ha dirigido a Jennifer Lawrence en las tres entregas de Los Juegos del hambre) han reforzado totalmente el papel de la protagonista femenina, Dominika Egorova, una joven bailarina del Bolshói, con un gran futuro por delante, que ve su carrera truncada tras sufrir un “accidente” en escena. Para poder sobrevivir (tiene a su cargo a su madre disminuida), se ve forzada a aceptar su ingreso en una escuela secreta donde se forman a chicos y chicas jóvenes, atractivos físicamente, que pueden convertirse en miembros del servicio de espionaje ruso, cuyas mayores armas estriba en su capacidad de seducir a través del sexo a sus víctimas. “Tu cuerpo es propiedad del Estado”, dice en un momento la instructora que interpreta convincentemente Charlotte Rampling.
Jennifer Lawrence se convierte en un ser solitario, totalmente endurecido por las circunstancias que vive. Es fría como el hielo, inteligente, calculadora. La historia está narrada con clasicismo, lejos del cine de acción al uso. No estamos ante una vulgar película de espionaje o un manido thriller. El director dota de personalidad al relato. El referente puede ser una novela de John le Carré, aunque menos densa que las tramas que teje el escritor británico.
La violencia seca, cortante, inesperada, realista, y el sexo, son los dos ejes sobre los que vascula la película. Los elementos románticos de la historia están prácticamente ausentes. Su primer encuentro sexual con el agente norteamericano (correcto Joel Edgerton, otra persona desencantada), no tiene nada de amoroso. Ella lo aborda como una descarga de adrenalina, ante la pasividad masculina. Cada vez será más difícil encontrar personajes femeninos en el cine que sean un apéndice del varón protagonista. El precedente lo tenemos en la última etapa de la serie James Bond, la que inauguró Daniel Craig. Recordemos el papel de Eva Green en Casino Royale (2006), una mujer dura, alejada del estereotipo de “chica Bond”.
Alguna subtrama de Gorrión rojo queda un tanto malograda, como el papel que encarna Mary Louise Parker y las relaciones que mantiene en Londres con una alta funcionaria norteamericana. También resulta un tanto impostada la aparición en el hospital, donde se recupera Dominika, del militar ruso, alto mando del espionaje. Pero además de la sobriedad general del relato, hay momentos tan brillantes como la secuencia que abre el film, con el montaje en paralelo entre las escenas en el escenario del Bolshói y el caminar solitario nocturno de un hombre por un parque de Moscú, digno de Alfred Hitchcock. Totalmente creíble resultan actores europeos haciendo de espías o militares rusos, como Jeremy Irons o el impagable actor belga Matthias Schoenaerts, además con gran parecido físico a un joven Putin. Y por encima de todos, Jennifer Lawrence, capaz de enfrentarse a una complicada escena de desnudo integral que no chirría para nada. Todo lo contrario, es necesaria para entender mejor su personaje.