(4)MARINA REIG VEGA: Un sentimiento de urgencia anima el cine de Antonio Lukich. Lo potencia con la música, el movimiento o un montaje a veces frenético donde el tiempo cabalga… Este cineasta utiliza todos los recursos cinematográficos que hagan falta con tal de no apoyarse ni abusar de los rostros de sus personajes. Porque la psicología que más le importa surge menos del gesto que de la disposición física dentro del plano. La cámara calculam muchas veces se retira para que por exceso (los dos metros y cinco centímetros del protagonista de My thoughts are silent) o o defecto (los gemelos bajitos que protagonizan este film), impere la sensación constante de que los personajes nunca podrán encajar dentro de la película. Del mismo modo podemos afirmar que, mientras una guerra azota su país, el cineasta se entretiene tejiendo comedias melancólicas muy conscientes de que el mundo se diluye o que el tiempo borra constantemente las huellas de su pasado.
Pero insistamos, ¿es posible hacer comedia cuando tu propio país es foco dramático dentro del mundo? Precisamente, y dado que la comedia se nutre de un sustrato trágico, habría que formular la pregunta en negativo: ¿Qué comedia no es posible en semejante contexto? De todos modos, Lukich trabaja al margen y pese a la guerra, aunque la palabra surja en varios momentos de Luxembourg, Luxembourg. Aparece cuando una voz en off cuenta que el padre yugoslavo se exilió a Ucrania por amor o quizá huyendo de esa contienda que acabaría con todo un país. Vuelve al implorarle una vieja al chófer de autobús que le deje subir gratis argumentando que es “una niña de la guerra”.
Y una tercera y última, en esa carta imaginaria que el gemelo protagonista, Kolya, escribe a su padre ausente: “Si Dios existiera no dejaría que los niños crecieran sin un padre, que las familias se rompieran o estallaran guerras, tampoco haría falta policías”. Lukich cita un clásico del cine motero, Electric Glide and blue(1973), para presentar a Vasya, el gémelo policía. Del mismo modo que Robert Blake en aquella cult movie, Vasya apenas cubre el hueco cuando se levanta, tras un barrido de cámara el día del juramento de un pelotón policial. Como Caín y Abel o David y Goliath, Vasya asume el lado honesto de la moneda, y por tanto, el menos fotogénico y atractivo para el cine. Mientras Vasya lucha por labrarse un porvenir, mantener una familia y superar su pequeñez, nos entretenemos con Kolya que es grosero, regala rosas robadas del cementerio en sus primeras citas y rotula torpemente con “Pablo Escobar” bolsitas muy sospechosas. Su obsesión desde niño: saltar a tiempo o saber retirarse en el momento adecuado, dos aspectos que sólo domina Vasya. De todos modos no deja de ser curioso que Lukich lo retire abruptamente cuando quedan más de 10 minutos de proyección.
Pero si Kolya salta prematura e insospechadamente de las imágenes, es porque Lukich ya ha exprimido todo su campo de acción, ha cumplido con el espectador. Y queda lo más deslumbrante, esa poética del tiempo que el cineasta concentra silenciosa y estratégicamente en tan sólo un objeto: esa pluma que se llevaría cualquier viento o esa hoja que perece lejos del árbol.