Lo decía Peter Brook: lo más frecuente en nuestros días es el teatro mortal, aquel que nada dice, que sólo divierte; el más raro, el más deseable y casi inalcanzable, es el teatro sagrado; hay, también, un tercer teatro, el bufo, que cumple una función higiénica y policíaca atacando los males y defectos de nuestra sociedad. En la presente obra Manuel Molins se aproxima bastante a la categoría sacra. Y no ya por su temática religiosa o por su voluntad de incidir críticamente sobre las taras de la Iglesia Católica, sino porque lo hace desde el convencimiento, desde la fe, desde el amor a una institución que le marcó profundamente en su niñez y su adolescencia. El autor ha afirmado alguna vez que él procura realizar un teatro documental, y este lo es en gran medida (los datos son comprobables), pero para que una obra de estas
características sea eficaz y creíble debe atravesar el cuerpo del creador, es decir: debe surgir de la propia emoción. Abordar ciertos aspectos de la Iglesia Católica, desde la corrupción económica al fingimiento sexual (la incomprensible homofobia, pasando por el ocultamiento de la pederastia (de los pederastas) o las luchas intestinas por el Poder, es algo que algunos ya habían tratado con mayor o menor acierto, pero por lo general desde la cuerda satírica, aristofanesca; pienso ahora en algunos espectáculos de Els Joglars como Columbi Lapsus o Teledeum, que también sufrieron las iras de los fariseos, como ha pasado ahora con esta obra que, sin haber sido estrenada, ya había provocado sarpullidos en abogados católicos o políticos ultraderechistas (todo, claro, por el cartel anunciador: al final será verdad que una imagen vale más que mil palabras, y un puñetazo más que un argumento). Pero el planteamiento de Molins es diferente, su personaje principal, una especie de Nazarín del siglo XXI, aspira a la vivencia sincera de la fe, pero se da de bruces con el muro insuperable del Establishment. Así, pues, un sentido drama religioso que Paco Azorín ha dirigido de manera pulcra y meticulosa, valiéndose de una escenografía majestuosa (una gran cruz central) y polivalente, de una excelente ambientación musical (Damián Sánchez), una impecable atmósfera lumínica (Ximo Olcina y el propio Azorín) y de un elenco amplio y generoso, con actores y actrices de diversas escuelas y generaciones, pero todos valencianos y estupendos: Borja López Gandía, Victòria Salvador, Pep Sellés, BrunoTamarit, Andrés Navarro, Rafael Calatayud, Isabel Rocatti, Marta Santandreu, Àngel Figols, Arantxa Pastor, Lucia Aibar, Joan Darós y el músico Guillem Duquette, que también sale en escena. En conclusión: una extraordinaria producción del Institut Valencià de Cultura que, por fin (Molins tuvo otros montajes de carácter público), ha puesto todos los medios y recursos artísticos y económicos a disposición de uno de nuestros autores dramáticos más prolífico y consagrado.