CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Hay discos que no rasgarán telón genérico alguno, ni trazarán un antes o un después ni tampoco sacudirán las piezas de ningún tablero, pero permanecerán en nuestra memoria como algo más que hitos locales. El norteamericano Josh Rouse aún no vivía en Valencia cuando publicó 1972 (2003), un cuarto disco bautizado como su año de nacimiento e inspirado en algunos de los sonidos más inmaculados y seductores que entonces se cocían (el soft rock, el folk, el soul a punto de entrar en contacto con la primera música disco), pero el poso que dejó por aquí tras casarse con una valenciana y criar a su prole antes de volver a su país tiene en este trabajo uno de sus puntales. Junto al siguiente, Nashville (2005), llamado como la ciudad donde ahora vive. Él lo sabe perfectamente, y por eso lo recupera en esta gira de veinte aniversario, que cuenta con más fechas a ambos lados del océano. La suya fue siempre la seducción sin decibelios, el hechizo desde el susurro, y hay una generación entera – ya entre los cuarenta y pocos y los cincuenta y muchos – que se dejó atrapar con gusto. Algunos incluso se acercaron a Moon con hijos adolescentes.
Más locuaz y cachondo que de costumbre, en modo storyteller, como si el jet lag le hubiera conferido una agradable modorra, y siempre elegante y exquisito, apoyado en una estupenda banda íntegramente valenciana que sonó con precisión quirúrgica (los habituales Xema Fuertes y Cayo Bellveser a la guitarra y el bajo, más Alfonso Luna a la batería y Amadeo Moscardó al teclado), el de Nebraska nos explicó cómo se inspiró en un riff de “Down By The River” (Neil Young) para componer la gozosa “Love Vibration” (nunca lo hubiéramos pensado), en qué medida “James” está inspirada en un tipo que le contó su vida en un bar de carretera al fragor del alcohol y cómo una vez abordaron “Under Your Charms” en Minneapolis para complacer a Prince, quien se largó del local tras esa primera canción, sin terminar de entender del todo (al igual que nosotros) por qué “Flight Attendant” sigue quintuplicando prácticamente a casi todos los demás cortes de tan delicioso disco, gestado en paralelo a los primeros trabajos de Josh Ritter, Ron Sexsmith y otros cantautores que han merodeado el sobresaliente. Sonó a gloria en el solitario receso acústico su versión de “Pink Moon” (Nick Drake), también del año en que nació, y tras la serena “Quiet Town” y una incursión en su fase latina (con “Valencia” o “I Will Live On Islands”), se despidió con la smithiana “Winter in The Hamptons”, no sin antes avisar de que el año que viene nos visitará de nuevo para celebrar otro veinte aniversario, el del disco al que pertenece. Tiene suficientes canciones mayúsculas en otros álbumes – algo más desaiguales en conjunto – como para tejer un bolo sobresaliente. Pero no importa la reincidencia nostálgica cuando es capaz de pintarnos la cara con la sonrisa boba de ese pop pluscuamperfecto que no entiende de modas, tendencias ni titulares clickbait. Que tampoco es que abunde, la verdad.