Pese a que han pasado seis años desde L’Havre (2011), hay un hilo claro de continuidad con su última obra. En los títulos de crédito finales, The Renegades ya anunciaban en el estribillo de Matelot: “Hear the sea calling you, come to me, this is your life, your home” (“Escucha cómo te llama el mar, ven a mí, esta es tu vida, tu hogar”).
Consecuentemente, El otro lado de la esperanza, empieza con una imagen del mar, un plano que sólo al final descubriremos que se trata de un plano subjetivo. El tempo de este film dura, por tanto, un ligero pestañeo, contenido en ese plano contraplano que se cierra a la hora y media de proyección.
Hace muchos años, Aki Kaurismäki explicaba en un especial del mítico programa de TVE Metropolis que concebía en blanco y negro las comedias y en color los dramas. En El otro lado de la esperanza, el más grande de los cineastas finlandeses seca nuestras lágrimas cuando vierte con humor todos los matices crómaticos de la tragedia de los refugiados. Y nuevamente, el mar será su destino, a veces, el único refugio posible frente a un mundo inhóspito. Sin cambiar su aguda mirada, bifurca el relato en dos personajes que, haciendo un guiño a Family Plot (La trama, 1980), acabarán encontrándose.
En su último film, Hitchcock veía el crimen tan extendido que narraba el cruce lógico de dos parejas de delincuentes; en éste, el choque entre un finlandés que decide cambiar de vida y un sirio que solicita asilo no puede ser más armónico. Como ocurría descaradamente en La vie de Boheme (1992), hay en este precioso film una convivencia de tiempos. Teléfonos de línea, jukebox o máquinas viejas de escribir se sitúan al lado de ordenadores. Kaurismäki aborda así un problema sin fecha que arrasa a toda una Europa aparentemente deshumanizada. Como hizo en su anterior film, insiste en añadir ese factor humano que ningunea el telediario. Más allá de lo que proclamen los medios de comunicación, de sus dictámenes oscuros basados en leyes injustas, la salvación sigue estando en manos de un puñado de personas solidarias, conscientes del problema.
En este sentido, el cineasta nunca pierde el humor, cuando preguntan a Khaled, el protagonista sirio, cómo ha atravesado la frontera, éste contesta: “Ha sido muy fácil. Nadie quiere verme”. Así es, pero por más que la ceguera y el racismo campen a sus anchas dentro y fuera de Europa, el cine genial de Aki Kaurismäki seguirá dándole la mejor voz y presencia a los desheredados dentro de sus inconfundibles encuadres. Frente a una realidad cruda, el cineasta finlandés sigue teniéndolo muy claro: no hay nada mejor que construir una fábula, regalarnos una buena ficción.