Aplaudido y celebrado como promotor teatral, como tenaz y perseverante impulsor de las más variadas y propicias iniciativas (encuentros, revistas, redes, salas…), Jacobo Pallarés es también un creador escénico con un buen número de montajes en su haber, tanto en la vertiente dramatúrgica como en la dirección. Cierto es que a veces los resultados estéticos no se compadecen con el fluir incesante de su pensar y de su sentir y que no siempre se acierta con los medios adecuados para su logro. Pero, desde luego, no es este uno de esos casos. En El rastre d’aquella nit la conjunción del entramado argumental y su exposición es perfecta, al punto de que podría afirmarse que Pallarés ha conseguido armonizar uno de sus mejores trabajos. Y eso que el parto no fue fácil: la idea original, frustrada por la pandemia y el confinamiento, era cruzar la acción de dos parejas, una local y otra ubicada en un archipiélago noruego, bien septentrional. De la idea inicial quedan ciertamente, huellas, rastros (voces, imágenes, palabras…llegadas del lejano Norte: Andreas Eilertsen y Cristina Granados) que los protagonistas presenciales (los actores en carne y hueso), simulan seguir en busca de una respuesta, de una paz interior, de un imposible pero deseable equilibrio existencial.
En este sentido la obra de Pallarés tiene como un eco de aquella extraordinaria Cuzco de Víctor Sánchez, pero tan sólo en el relato, porque la puesta en escena, uno de los aspectos más interesantes de la propuesta, resulta bien diferente y personalizada. Cierto es que necesariamente también se apoya en la pareja actoral (en este caso: Juan Andrés González, que además canta y participa en la dramaturgia, y la simpar Alejandra Mandli, actriz de raza), pero lo que más impacta y seduce del montaje es su aspecto formal, ese brillante juego con maquetas y muñecos, esas islas nevadas suspendidas en el aire y proyectadas en vídeo directo, esa manipulación inteligente y sugestiva de todos los elementos. No hay duda de que Los Reyes del Mambo se han esmerado en el diseño de la escenografía y los objetos, y que la música, los sonidos, y las proyecciones se emplean aquí con gran acierto y sensibilidad, como para obtener una escenificación de gran belleza plástica y sonora. Sospecho, además, que cuando la obra se represente en su idioma original (el castellano, la lengua del autor y los intérpretes), la función será todavía más jugosa. Un trabajo brillante.