Tras el parón del pasado año a causa de la pandemia, el Festival de Cannes ha vuelto a celebrarse presencialmente. Pese a esa suspensión, sustituida por el marchamo de que una serie de películas habían sido seleccionadas oficialmente y podían presentarse en otros certámenes de primera categoría como Venecia o San Sebastián, sus dirigentes consideraron que el orden no se había interrumpido y que la de 2020 era la 73 edición y que la actual es la 74. Lo digo no como pura anécdota, sino porque revela de forma muy certera los criterios dominantes en el Festival más importante del mundo.
Quizá por esa consideración generalizada, Cannes hace de su capa un sayo. Muchas advertencias con medidas sanitarias, muchos controles por todas partes tanto de este tipo como los ya habituales antiterroristas, mucha propaganda de que la Prensa ya no accede directamente a las proyecciones y tiene que reservar entradas, pero son sin numerar y hay las mismas colas o incluso más que en pasados años, las salas están repletas sin butacas o filas de separación y no se guarda para nada la distancia de seguridad entre ellas. Y ahí sigue la alfombra roja, el desfile de las “estrellas”, las firmas de autógrafos y demás parafernalia de costumbre. Como si el certamen estuviera dentro de una bola de cristal, sin ser afectado por el virus, apenas citado en una ceremonia de inauguración por la que se diría que no ha pasado cuanto ha pasado. En la que, por cierto y aparte de presentar al Jurado presidido por Spike Lee (también protagonista de un cartel realmente feo, no como el de tantas ediciones pasadas), Pedro Almodóvar entregó a Jodie Foster la Palma de Oro honorífica que le ha otorgado el Festival.
Mientras otros certámenes que se atrevieron a ser presenciales en 2020, se esforzaron por extremar las medidas de seguridad sanitaria reduciendo su programación y ofreciendo más pases de las películas que compensasen el menor aforo de las salas, Cannes ha hecho precisamente lo contrario. Quizá porque había mucho en reserva de la camada de la temporada anterior, pero lo cierto es que se han creado dos nuevas secciones oficiales, “Cinéma & Climat”, con films de contenido ecológico, y “Cannes Première”, nueva vuelta de tuerca a lo que ya suponían, aparte de la Competición, los títulos fuera de concurso, las sesiones especiales o la tradicional Un Certain Regard, en un galimatías poco explicable y difícil de seguir. Con lo que la Selección Oficial alcanza la disparatada cantidad de 82 películas en 12 días. Eso, sin contar las secciones paralelas de siempre, Quincena de Realizadores, Semana de la Crítica y la creciente selección de la ACID. Una completa locura.
Para “redondear” el inicio de su programación Cannes se ha confiado a un cineasta para mí muy poco fiable, Leos Carax, cuya Annette ha confirmado lo que nos temíamos: que, pese a los habituales ditirambos de la crítica francesa, no es el director más dotado para entrar en un género tan difícil como el musical. Con reminiscencias del conflicto de Ha nacido una estrella y ecos de la trágica muerte de Natalie Wood en el mar, Annette plantea una historia cantada de amor, destrucción, explotación infantil y venganza. Salvo algunos momentos de Marion Cotillard y ciertas imágenes inventivas, el film de Carax viene a confirmar que no basta con ser el “enfant terrible” del cine francés para lograr una auténtica “ópera rock”, donde hasta un excelente actor como Adam Driver hace bastante el ridículo. Por no hablar del desagradable muñeco animado que, salvo en la secuencia final, es la hija pequeña de la pareja protagonista y que da título al extraño film.
Pero como Cannes no tiene bastante con una inauguración, también ha tenido una pre-inauguración mediante el documental The Story of Film: A New Generation, donde el conocido especialista Mark Cousins desarrolla a lo largo de cerca de tres horas sus consideraciones sobre lo más significativo del cine del siglo XXI. Con opiniones subjetivas, como es lógico, pero que en muchas ocasiones rozan lo gratuito y caprichoso. Poco aparece el cine español en él: solo la Cineteca de Matadero, en Madrid, y una rememoración de Ana Mariscal a raíz de la búsqueda, no se sabe muy bien por qué, de su casi oculta tumba en el madrileño cementerio de la Almudena. Una Ana Mariscal a la que parece que aquí se busca redescubrir; de hecho, una restauración de El camino, su adaptación de la novela de Delibes, muy superada por la serie realizada por Josefina Molina para TVE, la encontramos en la sección Cannes Classics –otra muestra ya consolidada– junto a Buñuel, un cineasta surrealista, documental de Javier Espada.