Todas las personas, grandes y pequeñas, apasionadas por los océanos de la imaginación tienen una cita obligada en la muestra de la mitológica Suite 347 de Pablo Picasso. Es una exquisita selección titulada Models de desig. La Fundación Bancaja siempre ha tratado con gran mimo al minotauro malagueño, de ahí que disponga de magníficos fondos de obra gráfica del eterno niño, el semidiós del arte del siglo XX; cuando estaba en el pórtico de la ancianidad, resurgió de sus cenizas de viejo mostrando al mundo lo que puede hacer uno mismo con sus obsesiones más recónditas.
Y así, Picasso nonagenario nos ofrece en sus fantásticos grabados un universo onírico poblado por faunos, putas, petimetres velazqueños, colosos, pugilistas, arlequines, odaliscas… Una sucesión interminable de grabados eróticos de brillante gracia y humorismo, de una humanidad que conmueve. El imaginario del artista, tras una carrera de grandes obras, se regodea en la vejez en la producción de grabados eróticos y humorísticos que reúnen todo su mundo mitológico y circense, su culto al desnudo femenino y su desprecio por el señoritismo español encopetado. Y Picasso siempre pinta a sus bellezas en posición dominante y orgullosa, nada sumisa. El pintor es el esclavo.
El comisario Fernando Castro ha ideado en Models del desig, una exposición sensual y a la vez didáctica en la que el espectador puede rastrear los juegos artísticos de Picasso y su vida y actitudes, combinando cuadros y fotos magnificas en las que podemos ver al pintor con sus distintos disfraces que, a la postre, son siempre el mismo: la alegría de vivir, la delicia del sexo y el amor por la mujer, las hembras orondas, rubensianas, descocadas y profundamente humanas que representan las prostitutas. Aquí nada es sombrío, como en los aguafuertes de Goya. Picasso ofrece una orgia perpetua cuajada de ironía quevediana; un relato satírico sobre el sexo y la inutilidad de los encopetados varones frente a la Diosa Blanca, la madre naturaleza: la mujer.
En esta alucinante exposición de pequeños cuadros que son historias y hasta cuentos, los ojos de Picasso nos contemplan desde las fotos colgadas junto a los cuadros. El visitante comienza así un viaje que exige su tiempo pues cada grabado es una aventura visual. Picasso pensando en Niza en 1964, y sobre la foto, Autoretrato con una Jacqueline circense.
Picasso con bombín, con gorra, de payaso, de minotauro…, y mientras te contemplan sus ojos de búho, de chamán selvático, la inmersión en dibujos incesantes de amazonas y colosos. Y esa sucesión de grabados se pespuntea y apoya con proyecciones de Le Mystère Picasso, documental del gran cineasta Henri-Geoges Clouzot, realizado en Cannes en 1955.
“Con el grabado lo tienes todo” dijo el pintor, y al contemplar los trazos de punzones y pinceles en los grabados y aguafuertes, es necesario detenerse y disfrutar del conjunto. No es casual que esa explosión de hedonismo la realice el pintor en la primavera y verano del año 1968, icónico de la revuelta, cuando al pintor le quedan cinco años de su larga y fructífera vida. La inmersión Picasso que propone Castro incluye un magnifico documental en la que el genio vivo con su suéter amarillo, y pañuelo de lunares al cuello, muestra al espectador sus obras en su estudio en 1969. Tras el largo recorrido por la serie de grabados, el visitante encuentra el color en algunas obras de linóleo sobre papel que son caretos como los de la serie fumadores con una divertida anécdota contada por Guillermo Cabrera Infante. Así que el Picasso más juguetón, risueño, sensual, y más viejo, ofrece en esta Suite sus juegos finales.
Este ballet de odaliscas desnudas lo sintetiza de manera exacta Pierre Cabanne en su El siglo de Picasso, cuando escribe: “Don Pablo va a cumplir 90 años(…) Por todas partes vuelve el sexo que siempre se impone y se muestra abierto, bordeado de rizoso plumón, sello identificador de este ballet”.