ABELARDO MUÑOZ: Estamos esperando que salga por la tele el presidente del gobierno para anunciar medidas y también estamos de los nervios. He salido a mirar la calle y no hay nadie. Tan solo una señora limpia el culito a su perro que acaba de cagar, y un coche patrulla de la Local rebasa la plaza del Tossal donde, a este hora del sábado, cualquier día normal el lugar es un zoco. Pero la calle Quart, vista en escorzo desde el balcón, recuerda una película de ciencia ficción. De hecho me he puesto a leer Crónicas marcianas. Repaso mentalmente los escenarios de películas de catástrofes. Sobre todo una de los años cincuenta El único hombre, La invasión de los ultra cuerpos, Ultimátum a la tierra, la peli de Vicent Price, de 1964, The last man on Earth.
Mi cabeza se llena de apocalípticas secuencias y ronda mis ojos el travelling de Charlton Heston corriendo desesperado por las calles desiertas de la ciudad en donde los periódicos vuelan por el asfalto como fantasmas. Y las frases de rigor en las películas. “¿Hay alguien ahí?” y veo a Shelley Winters chillando en las sentinas del Poseidón: “¡Vamos a morir todos!”
Por fin sale el presidente y su cara no anuncia nada bueno. Es una actitud digna y triste, trágica diría yo. Expone las restricciones como martillazos, puñetazos sobre la mesa que nos ponen firmes y en alerta. Como si estuviésemos bajo la disciplina de un cuartel. Mi mujer y yo sentados en el sofá nos cogemos de la mano, parecemos dos abuelos asustados. También me siento como la abuela de Mars Attaksescuchando sus últimos boleros en el pick up mientras el mundo explota a su alrededor; Donald Shuterland corriendo histérico entre zombis. Lo pensé ayer cuando comencé a ver las colas en los estancos. De pronto siento una sensación de pánico, claustrofobia. Hay alguien que está cantando por el balcón. Otro vecino toca el violonchelo y se escuchan las notas por las calles vacías.Y luego hemos aplaudido todos a las diez por los sanitarios y su heroísmo. El aspecto fantasmal de las calles nocturnas se acreciente con el día. En la calle desierta una patrulla de la policía pasa lanzando un mensaje por los altavoces: “¡Permanezcan en sus casas!” A mi primo Toni, que ha salido a pasear el perro a las ocho de la mañana cerca de la playa, una patrulla policial lo ha mandado a casa. No se pasea. En el estanco todo son caras largas, nadie sonríe. Llega un tipo con cara de pánico que se cuela. Un grupo de tres turistas caminan haciendo fotos como si nada pasara. Uno me mira y dice con acento francés “¿Qué pasa?”. Salgo pitando. He comprado dos periódicos, El Pais y Levante. Vargas Llosa se atreve a escribir en su columna que si China fuera una democracia “esto no habría pasado”. Por Dios. Qué jeta. Los chinos han protestado. Todos los artículos hablan del virus. Una columna acierta con el titulo No es país para viejos , como la película de los Coen. El columnista Jabois recuerda a los mayores que están solos y se sacrifican; sin poder estar con hijos y nietos por seguridad y civismo. Y un titular fatídico : La industria cultural perderá 3.000 millones. ¡Agh!
El último hombre sobre la tierra. No deja de darme vueltas el asunto. Y ese silencio. Como un sordo rumor del miedo. Un helicóptero rondando. La mezcla de patrullas con altavoces y el helicóptero y las calles desiertas me hace pensar en Estado de sitio, no de alarma. Como un golpe de estado. En realidad las medidas excepcionales del gobierno son un golpe de mano dentro del propio Estado. El poder colectivo frente al egoísmo e individualismo de la gente. El sentido común que se ha de imponer a la fuerza, con ejército y policía, porque hemos creado un mundo de egoísmos privados, ambiciones desmedidas y anomia social que ahora complica las cosas. Papá Estado ha de recordarnos de nuevo que tenemos que ser solidarios. Los intereses individuales y egoístas frente al esfuerzo social, la amenaza que no distingue clases. Contra el asesino de masas. Y aun así, la derechona liberal,