“Memez: tontería digna de un meme, a ser posible con faltas de hortografía”. Escribí este metameme (un meme sobre los memes) hace no mucho, una vez alcanzado cierto grado de saturación con tantos de estos chascarrillos digitales y que, para más inri, parecen condenados a acumular faltas de ortografía que hacen casi milagroso que se llegue a entender lo que podrían querer decir.
Uno de estos memes surgió, como los caracoles después de la lluvia, tras la triste noticia, el 24 de agosto, de la muerte de Charlie Watts, primer miembro activo de los los Rolling Stones que pasa a la otra vida (dudo que sea mejor que llevó). El meme en cuestión, con sus correspondientes faltas de ortografía, hacía notar que el primer Rolling que se muere es el que más se cuidaba y el que más años casado llevaba (nada menos que desde 1964); “ahy lo dejo”, concluía la memez con una de esas irritantes coletillas que aparecen de tanto en tanto (y su correspondiente patada ortográfica) que, en este caso, sirve para lanzar la piedra y esconder la mano.
Evidentemente, el meme fue ampliamente celebrado y rápidamente difundido por miles de ingenuos que creían ver en este signo celestial la confirmación de que una mala vida de excesos de sexo, drogas y rocanrol te asegura una longevidad mayor que la vida ordenada de la que Watts era epítome. Como si el rocanrol, el sexo y, no digamos, las drogas que uno se puede pagar fueran las mismas que las que se permiten cualquiera de los Rolling Stones. Y, por supuesto, ninguno de los insensatos palmeros del meme aguantaría ni diez minutos de la paliza atlética que cualquiera de esos abuelos millonarios se pega en las tablas una noche sí y otra también y que debe metabolizar a ritmo de Rolinestón cualquier molécula por chunga que sea. Tampoco aclaraba el meme que Watts era el mayor de todos (80 años, frente a los 78 de Jagger, 77 de Richards y 74 de Wood); ni que el primer Rolling muerto lo fue en 1969 ahogado -literalmente- por las drogas, aunque, eso sí, ya había dejado el grupo antes. Pero así nacen las feiknius, amiguitos, uno tiende a creerse lo que justifica sus prejuicios, aunque sea una gilipollez palmaria.
Hace poco, decía Keith Richards -que en materia de polvos es un experto- que lo emocionante de echar un polvo a su edad era no saber si iba a terminar en orgasmo o en infarto. A este muchacho siempre le ha gustado presumir de crápula -afirmó haberse esnifado las cenizas de su padre- tanto como a Watts presumir de dandy. Dime de qué presumes y tal.
Que Watts fue un magnífico baterista de rock (aunque lo que le ponía de verdad era el jazz) y que era un diseñador gráfico de formación es algo que encontraréis en todos los biopics que inundan las redes estos días; como también que fue el hombre tranquilo que aportó serenidad al grupo cuando las cosas se salían de madre, que debía ser bastante a menudo. Pero el rasgo de carácter de Watts que más me interesa es el de haber sabido encontrar su sitio en el grupo – y en la Historia- aceptando sentarse atrás, marcando el ritmo y sin pedir más foco que el que le tocaba. En esto me recuerda a Ringo Starr, el baterista de los Beatles, que ha dado cada día gracias al cielo por su buena estrella y jamás se le ocurrió pretender ir más allá de lo que sabía y podía.
Puede ser que la vida tranquila de Charlie Watts no le haya asegurado la vida eterna de la que parecen gozar los miembros más golfos -y jóvenes- de los Rolling. Puestos a especular, tal vez Watts considerara que su percha ya no estaba para lucir los carísimos trajes a medida que con tanta flemática y muy británica elegancia tenía por costumbre vestir. Tal vez, Watts pensó que ya está lo bueno lo bueno y que ahí te quedas mundo amargo. Tal vez.
Ahí lo dejo.
Ilustración: Carlos Martínez.