Cartelera Turia

DE AQUÍ A LA ETERNIDAD: FRANCO BATTIATO

Siempre creí que Franco Battiato era un cura seglar metido a músico, o un jesuita que ha dejado los hábitos sin haber podido desprenderse de las maneras clericales.

Algo de eso había, pues son sus canciones piezas cultas, tanto en las armonías como en sus letras, cargadas de referencias y guiños para quien quisiera oírlos, incluido el uso aleatorio de varias lenguas que parecía dominar. De Battiato siempre confundió su aspecto físico, incluso su manera de vestir, hasta sus declaraciones de odio a ciertas tendencias musicales: la falsa música rock, la new wave española, el free jazz, punky inglés y la monserga africana, ahí es nada. Si la escribiera hoy, ¿qué estilos denostaría? Yo me sé uno.

Es un lugar común decir que Battiato ha escrito buena parte de la banda sonora de mi vida, como la de muchos de los que en aquellos años ochenta y noventa escuchábamos sus temas y se pegaban a nuestra piel como una sábana suave en las grasses matinées dominicales o en las tórridas noches de amor apasionado. Pero que decirlo sea un lugar común no lo hace menos cierto: he hecho el amor con sus canciones, he añorado momentos perdidos al escucharlas, he disfrutado sin más sus melodías y he llenado la ducha con centros de gravedad permanentes, trenes de Tozeur con parada en la estación de los amores y tantas otras imágenes battiatianas que ya se han insertado como virus pertinaces en los núcleos celulares de mi memoria.

Cierto es que las coreografías de aquí el amigo Franco eran de las de mear y no echar gota, pero hasta esa tendencia patosa le hacía aparecer claramente como uno de los nuestros (de los patosos, quiero decir).

Será, sin duda, también un lugar común decir que Battiato ha encontrado finalmente su centro de gravedad permanente, pero he aquí la gran tragedia: es la horrenda estiba personal que tanto le desequilibraba la que le hizo ser un ser inspirado e inspirador, fácilmente adorable y de inconfundible perfil (ejem) artístico; pero va y resulta que el centro de gravedad permanente no era más que el fin de todo, la estabilidad total, la falta de movimiento, el fin sin ir más lejos. Battiato, que no dejaba de tener nombre y formas de cura seglar, se ha ido con su centro de gravedad a otra parte, pero nos ha dejado aquí al personal en la apasionante búsqueda del nuestro propio -que espero tardar en encontrar- al ritmo de esa letra que nos hace sentir a todos algo sicilianos, algo patosos, pero más humanos: “cerco un centro di gravità permanente…”

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