CARLES LÓPEZ: La aparición de la pantalla individual es uno de los fenómenos más revolucionarios e invisibles de la comunicación audiovisual moderna. Revolucionario porque lo cambia casi todo e invisible porque nadie se ha percatado de su importancia. La pantalla grande y compartida en breve será un acto de militancia audiovisual en plan vintage (lo de “en plan” es para que me lean los millenials) . Por ahora el cine (la antigua pantalla grande) ha quedado relegado a las familias como conjunto audiovisual y las personas mayores. El cine es de viejos, como Facebook. ¿Cómo hemos llegado a esto? La aparición de la tecnologia móvil lo ha cambiado todo. Ahora todos llevamos una pantalla individual en el bolsillo. Es nuestra pantalla. Mejor dicho mi pantalla o tu pantalla. Nuestra pantalla murió hace tiempo. Desde bien pequeños se nos asigna una pantalla propia, única, una pantalla individual.
Los no tan “viejunos” del lugar todavía podemos recordar ir al cine y ver dos películas seguidas un sábado por la tarde. Doble sesión. Una no muy buena y otra un poco peor. Eso suman unas cuatro horas de visionado compartido. Esa misma generación, la que ha vivido en la ola toda la explosión audiovisual hasta hace bien poco, también puede recordar ver el último episodio de Médico de Familia y comentarlo al día siguiente tanto como la muerte de Chanquete nos consternó. Visionado compartido socialmente y sincrónico.
Eran tiempos de pantalla compartida. Y eso tenía su trascendencia. La primera en la creatividad. Los guionistas trabajaban con la certeza de que su producto sería visto por diversas generaciones y tipos de personas. Trabajaban con espacios comunes transversales. Historias de vida compartidas. Era un resultado profesional, gestionado, controlado y transversal. En el otro lado estábamos nosotros: una sola tele (luego otra en la cocina y otra en la habitación) y una familia mirándola. Al principio hasta sin mando a distancia. A lo loco. El visionado compartido significaba un visionado controlado y supervisado, explicado y acompañado. Así recuerdo yo ver La Clave o 1,2,3. Adultos que sabían y explicaban aquello que sucedía en la pantalla. Compartir pantalla significaba que para ver dibujos me tenía que tragar el telediario. Mis padres veían “mis” dibujos y yo veía “su” telediario.
La aparición de la pantalla individual pequeñita (móvil), medianita (tablet) o grandecita (HBO, Netflix, Amazon, Filmin) nos ha dejado solos ante el peligro. Unos Gary Cooper cualquiera pero metidos en Matrix que es más jodido. Los niños son narcotizados con hiperestimulación narrativa desde muy pequeños en una pantalla individual. En el futuro la capacidad para desconectar será una competencia que marcará quien tiene éxito y quién no. Por eso en Sillicon Valley se educa con y sin pantallas. Desde muy pequeños acceden a contenidos hechos expresamente para ellos. Sin profesionalidad en la creación porque cualquier “unboxing” vale. Sin supervisión adulta porque precisamente queremos que nos dejen en paz. Pero hay un ejército de profesionales que están entre ese contenido manifiestamente inapropiado (publicitario casi siempre) y las criaturas que los miran. Crecen y se aficionan a “influencers” (versión femenina) o “youtubers” de “gaming” (versión masculina). Sí, también el género está marcado en Youtube. Pero siguen a merced de un formato, una pantalla individual que permite a las empreses tener mentes “under construction” o “work in progress” adiestradas para mirar cualquier pantalla mejor que a su alrededor. Y el neuromarketing es muy sufrido. Saben lo que es el clickbait pero no pueden evitarlo (recordatorio: mirar lo que es clickbait en Google).
El supremacismo adultocentrista quiere pensar que esto es cosa de críos o de padres descuidados. Los padres no miran la pantalla de los hijos. Entre otras cosas porque es muy aburrida. Y es muy aburrida porque son contenidos hechos (normalmente mal y sin profesionalidad) exclusivamente para ellos.cualquiera de Disney. No hay adultos o son una caricatura de sí mismos. Generaciones estancadas en nichos de mercado. El fin de la transversalidad. Hay que vender a cada uno lo que le gusta. Sea lo que sea, eso que le gusta o parece gustarle. Luego llegaron los algoritmos a nuestras vidas de pantallas individuales. Y es entonces cuando Gary Cooper deberá escoger entre la pastilla roja o la azul. Pero eso lo hablaremos otro día. Me voy a mirar mi pantalla