ALFONSO GIL: El pasado domingo 11, 14.000 personas se congregaron en el estadio Vicente Calderón para presenciar el encuentro de la
Liga Iberdrola de Primera División femenina entre el Atlético de Madrid y el Barcelona. Un par de semanas antes, en el estadio Ciutat de València, habían jugado los equipos del Levante y el Valencia, de la misma categoría, ante más de 8.000 personas. Ni uno ni otro son un registro aislado. Ambos reflejan el auge a todos los niveles del fútbol femenino en los últimos años. Las mujeres a las que les ha gustado jugar al fútbol se han visto despreciadas hasta no hace mucho tiempo en una sociedad masculinizada y que obstaculizaba su afición. Insultos, envíos a la cocina, a fregar o a la cama, así como críticas a las opciones sexuales de las jugadoras estaban a la orden día. Sin embargo, mientras nuestras mujeres futbolistas tenían todo tipo de problemas para entrenar y desplazarse para ir a jugar, la FIFA ya había empezado a organizar campeonatos a nivel mundial. El primero se disputó en 1991 y lo ganó Estados Unidos, que ya acumula tres títulos, mientras que Alemania tiene dos y Noruega y Japón (dos países poco protagonistas a nivel masculino), uno cada uno. Las españolas estuvieron por primera vez en la cita mundialista en 2015. Cayeron en la fase de grupos y su paso por el torneo dejó más noticias en elmotín de las jugadoras contra el seleccionador,
Ignacio Quereda, que en lo estrictamente competitivo. En los últimos dos o tres años, el fútbol femenino ha crecido exponencialmente como consecuencia de diferentes factores. Por una parte, La Liga se ha interesado por la competición y ésta es una institución que, con errores y defectos, ofrece un dinamismo infinitamente superior al de la Real Federación Española de Fútbol y ha propiciado la llegada de la televisión y de jugadoras extranjeras de un cierto nivel, lo que a la larga propiciará un incremento del nivel técnico general. Nadie pretende que las futbolistas vivan exclusivamente de jugar, pero cada vez son más las que pueden hacerlo con unas condiciones laborales mínimamente dignas y, afortunadamente, alejadas de las condiciones indignas por exceso de muchos futbolistas masculinos, convertidos en nuevos ricos que pegan patadas al balón y tienen la cabeza hueca.
Prueba de este crecimiento es que los dos equipos valencianos de élite han dado pasos adelante en las últimas temporadas. El cambio de los escenarios de sus partidos es una muestra. El Levante juega en El Terrer de Paiporta tras haberlo hecho durante algún tiempo en
Nazaret y el Valencia dejó el campo de Beniferri y lo hace en la ciudad deportiva de Paterna, mientras sus futbolistas sueñan (no es descabellada la posibilidad) con jugar algún día en Mestalla. Ambos equipos van bien clasificados y disputan sus partidos con las indumentarias oficiales de los respectivos clubes. La Liga ha dado un paso adelante importante con la incorporación de expertos en el fútbol femenino como Pedro Malabia, que procede del Valencia, para mejorar la imagen de la competición, hacerla potente y rentabilizarla con criterios de mercado. A ello se añade una cuestión no menor. La mayoría de los grandes clubes del fútbol masculino tienen un equipo femenino de élite. La excepción es el Real Madrid, aunque si el auge continúa, pronto se sumará a la dinámica del fútbol femenino: no se podrá permitir el lujo de quedar fuera de una realidad en crecimiento. Falta, en cualquier caso, mucho para llegar al nivel de países en los que el fútbol de chicas es importante aunque tenga diferencias estructurales con el de hombres. El auge en Estados Unidos merece un artículo aparte, ya que, mientras las mujeres arrasan, a nivel masculino este deporte se encuentra por detrás del baloncesto, béisbol, fútbol y hockey sobre hielo. El siguiente paso es el de acabar, en el fútbol como en otros deportes, con el paternalismo machista de los medios de comunicación que han (hemos) tratado a las mujeres deportistas a base de simplezas y tópicos en alusión a su combatividad, su fortaleza y, lo que es más lamentable, sus lágrimas o su belleza. Explicar cómo lloran o lo guapas que son no pasa de ser un recurso trasnochado que todavía no está erradicado. En un futuro mediático que supere alguna de las carencias del actual, el fútbol debería dejar de ser exclusivamente, tal y como rezaba el anuncio de coñac del pasado siglo, cosa de hombres.
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