ANA NOGUERA: Decía Ortega y Gasset que somos hijos de nuestro tiempo. Son tantos los sucesos y a tal velocidad, solapándose unos a otros, que nuestra memoria los difumina.Comenzó en 2001 con los ataques terroristas de Al Qaeda en EEUU; la guerra de Afganistán y la guerra de Irak; el atentado del tren en Madrid, los atentados yihadistas en Londres. No fueron los únicos: la revista Charlie Hebdó, París, Bruselas, Niza, Berlín, Estrasburgo, Barcelona y Cambrils, entre otros.
En 2010 se produjo la Primavera Árabe en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen. Luego, la guerra civil en Siria y los millones de refugiados, la mayor crisis humanitaria a la que se enfrentó Europa hasta el momento. Numerosos desastres naturales: Tsunami de Indonesia, huracán Katrina, terremoto de Cachemira, en Perú, en China, l´Aquila, Haití, Chile o Japón que provocó el tsunami y el accidente nuclear de Fukushima. No son todos. Inundaciones o incendios en distintos puntos de España. Todavía lloramos el volcán de la Palma.
Graves desastres humanos: accidente del metro de Valencia, Airbus de Air France desaparecido sobre el Atlántico, accidente en Madrid Arena, accidente ferroviario de Santiago de Compostela, o el impactante incendio de Notre Dame. Son algunos. El último: el peor accidente aéreo en China.
El siglo XXI comenzó con el euro, pero llegó la gravísima crisis económica del 2008. Que generó movimientos históricos como el 15-M, la aparición de Podemos y su vertiginosa historia de transformaciones. Políticamente los altibajos son innumerables: el Brexit o el paso de Obama a Trump.
Sin embargo, hay dos acontecimientos inexplicables en pleno siglo XXI.
Covid-19, una pandemia que no remite: convivimos con el virus, llevamos mascarilla, las vacunas, olas de subida, los enfermos y los fallecidos. El mundo se paró con escenas inimaginables: encerrados en casa, con la economía global paralizada, sin actividad ni contacto social.
Ahora llega la invasión de Ucrania, conflicto larvado desde el inicio del siglo.
Europa reconstruye, a pasos agigantados, su Unión. Por una parte, para reforzar los lazos y estrategias que nos ayuden a superar crisis sanitarias. Por otra parte, corresponde la defensa de la Unión Europea, cuestión relegada después de la II Guerra Mundial, al adoptar el Estado de Bienestar, las garantías sociales de protección y el parlamentarismo político, que nos ha traído los mejores y únicos años de paz y bienestar.
Europa no estuvo a la altura de la crisis económica del 2008, porque funcionó partida en dos. En cambio, Sí se comportó con la pandemia. ¿Y ahora con la guerra de Ucrania?
No hay decisiones fáciles. Esta guerra nos enfrenta a demonios del pasado y a dilemas de futuro: una III Guerra Mundial tendría consecuencias desconocidas. Mientras, Putin seguirá devastando a Ucrania con crueldad, hasta que consiga reforzar su posición estratégica. Detrás de él, se esconde de nuevo el peligro del fascismo.