ANDREA GABRIELLI: Ha pasado ya la primera oleada del tsunami gastronómico: comidas de empresa con los compañeros de trabajo, reuniones familiares y con amigos, pero sobre todo las comilonas más luculianas y exageradas del año, es decir la cena de Nochebuena y la comida del 25, una auténtica locura. Como todos los años, y este quizás aún algo más, nuestra irrefrenable necesitad de género alimentario específico para estas fechas ha provocado el previsible aumento de los precios e, inevitablemente, nuestro gasto ha subido de manera considerable. Está claro que no puede faltar comida en nuestras mesas y estos días aún menos, ¿verdad, amigos míos? Y, para más inri y siendo como somos, compramos cantidades para alimentar a una legión romana, porque no queremos que nadie se quede con hambre (es un mero eufemismo). Consecuencia de todo esto es que a menudo se acabe tirando un montón de comida, lo cual es terrible además de ser una pena, si pensamos en todo lo que está pasando por ahí y en el daño que estamos causando al planeta generando literalmente océanos de basura.
Por eso os invito a que seáis más responsables según nos vamos acercando al segundo tsunami que, como habréis ya intuido, es la cena de Nochevieja, la que en Italia llamamos el “Cenone”, la madre de todas las cenas. La tentación cada año es la de ir a comprar todos estos caprichitos que no podemos permitirnos de manera habitual como, por ejemplo, un marisco un poco más caro y que con la botellita de Cava o incluso de Champagne del “carillo” marida de maravilla. Sin duda, esta fecha requiere algo especial y lo justifica, ¡un día es un día! De hecho, al hilo de la semana anterior, y para no perder la “sana” costumbre de los excesos de estas fechas, volvemos a comprar una cantidad exagerada de todo, porqué somos los mejores y hay que hacerlo de categoría.
En la mágica noche de fin de año, nuestras barrigas se preparan para el festín del siglo. Los platos desfilan por la mesa como modelos en una pasarela de la moda gastronómica para sentirnos saciados (por demás) y satisfechos de nuestro trabajo en cocina. Para todos los que no os gusta quedaros en casa, cocinar y ensuciar mil cacharros, los restaurantes de nuestras ciudades os esperan con los brazos abiertos y con menús interminables, ya que hay que llegar a las doce de alguna manera. Sin embargo, esta auténtica orgía eno-gastronómica deja rastros a corto plazo (dolores de cabeza, problemas de estómago, etc..) y también a largo (colesterol y compañía “cogen carrerilla”). Honestamente, habría que encontrar un término medio en nuestro comportamiento de estos días, intentando tener un poco de sentido común.
Lo más típico, después de la tormenta perfecta, es acudir a todos estos productos “detox” o a una dieta más ligera, ya que parece que la nochebuena y nochevieja no son buenas amigas de verduritas y fruta. ¿Y si alternásemos algo del estilo entre un plato y otro, de estos contundentes que tanto nos gustan? Se pueden hacer auténticos manjares utilizando vegetales, libres de grasas y carbohidratos, y ricos de vitaminas y nutrientes.
Una humilde ensalada se puede convertir en algo muy especial si le ponemos cariño y un poco de fantasía. Esta estación nos regala coliflores, coles, endibias, espinacas, acelgas, apio y lechugas de todos tipos. Es también la temporada de nuestros cítricos y que son parte de las preparaciones y los aliños de muchos platos. Antes de llegar al punto de no regreso y tener que hacer una dieta estricta, consumiendo infusiones adelgazantes y eliminando el 80% de nuestros alimentos habituales, quizás sería el caso de recurrir más a fruta y verdura, combinándolas con los otros platos más pesados.
Hay recetas vegetarianas o incluso veganas que son una verdadera delicia. Daos un paseo por el mercado más cercano a vuestra casa y dejad que los perfumes y los colores os seduzcan. Para terminar, es cierto, no he hecho ninguna mención a los dulces, ¿y por qué debería, ya que son todos “malos”? Bueno, se puede comer dulces sin pasarse, ¿o no? Por otra parte, no todos son tan dañinos. Solo se necesita prestar algo mas de atención a la cantidad de azúcar que vamos a tomar y, eso sí, evitar en todo lo posible los dulces procesados e industriales. Son los peores para nuestra salud, con diferencia. A nadie le amarga un dulce, pero aprovechemos nuestras tradiciones reposteras y compremos producto artesanal recién hecho. Seguro que estará mucho más rico y será sin duda menos perjudicial para nuestra salud.