Después de varios retrasos, por fin, llega a los cines Dune. Los que ya tienen algunos años se acordarán de la frustración que generó la anterior versión de David Lynch de 1984. Conviene resaltar la dificultad de abordar una saga de 6 novelas, con decenas de personajes, escenarios, paisajes, detalles, matices y significados. En el primerizo proyecto del visionario Alejandro Jodorowsky-anterior a la adaptación de Lynch-declaró que Dune debería durar 5 horas o las que requiriera la adaptación. Y ese fue el gran fallo de David Lynch- aparte del diseño de producción-podar tanto la novela que se quedó sin sentido y cabreó a buena parte de los fans.
Por eso es de agradecer que el magnífico Denis Villeneuve haya asumido el reto de revisitar Dune, adaptándola a los tiempos. El director canadiense es un escultor de imágenes y sensaciones. Su forma narrativa no es simple, no sigue los pasos de la “aventura sideral” que bebe del pulp y la novela barata norteamericana. No hay lugar para la broma, la risa o la chanza. Su decisión más inteligente ha sido partir la adaptación en dos partes. A las dos horas y media se baja el telón. Y dan ganas de apretar al mando para pasar al siguiente capítulo. Nos quedamos en mitad de la historia, de las tramas y de algunos personajes que aparecen en los minutos finales. Dune no es una película autoconclusiva como por ejemplo, El señor de los Anillos. Y eso puede generar una sensación de frustración en algunos espectadores. Queda pendiente saber más sobre Chani (Zendaya) que está llamada a ser la protagonista de la segunda parte.
Villeneuve es un director exigente con el tiempo fílmico y requiere meterse en la historia. Hay que comprarle el ticket y dejarse llevar. Una vez entendido el planteamiento, nos ofrece un gran espectáculo visual, un torrente de hipnóticas imágenes y una puesta en escena gloriosa, fría y exigente. No remarca, no repite, no explicita y eso es algo de agradecer. La estructura mítica del héroe de Paul Atreides (el elegido) bebe de la mitología griega y, en cierta forma, judeo-cristiana con la aparición de ese personaje llamado a liberar los pueblos arruinados por la sequía. El tránsito suicida por el desierto de Arrakis recuerda al viaje de Moisés por el Sinaí y qué decir de la lucha contra los designios del emperador. Tampoco pasa desapercibida la apelación mediterránea a la cabeza de toro y a otros elementos simbólicos. Pero ante todo Dune es una película que habla de temas actuales como la escasez de agua, la explotación del planeta y el sometimiento de un pueblo que vive escondido en las cavernas y anhela la llegada de un “libertador”. El sistema económico de Arrakis de extracción de recursos preciosos ha secado el planeta y abocado a su población a la supervivencia. Nos habla de un futuro lejano de un capitalismo depredador no tan alejado de la actualidad. Todos esos temas ya estaban en la novela de Frank Herbert escritos en plena contracultura de los 60 y Villeneuve los mantiene como ideas que navegan en el transfondo de la acción.El soberbio diseño de producción, la fotografía de contraluces y claroscuros- que llevó al límite en Blade Runner 2049 de la mano de Roger Deakins- hacen que estemos ante un espectáculo que hay que ver en pantalla grande. Cuanto más grande mejor.
Si tuviera que ponerle alguna objeción sería la falta de picos de emoción. En La llegada (The arrrival) Villeneuve plantea esa emoción con el montaje de imágenes del nacimiento y muerte del hijo a través de una cámara de video casera. La emoción es el pegamento de la memoria fílmica. Esa gasolina que activa un extraño mecanismo en el interior del espectador que conecta al público con la historia. Dune tiene esa fría y meticulosa narración con muy poco sentimiento que en ningún momento hace elevar el alma. También le pasaba en Blade Runner 2049 como destaqué en su momento. Pero el balance total es positivo a expensas de ver la segunda parte. Las predicciones de Jodorowski podrían hacerse realidad y tener una película de 5 horas. Lo cierto es que Dune resarce a los fans de la frustración de la versión anterior y ofrece un imprescindible espectáculo visual que nadie debe perderse. Esperamos sin falta la segunda parte.