TURIA: El pasado jueves arrancó la doble campaña electoral que culminará el próximo 28 A con la elección del gobierno central y el gobierno de la Comunitat Valenciana. Las urnas dirán si la ciudadanía da su respaldo al proyecto de cambio del Botànic impulsó hace cuatro años por PSPV, Compromís y Podemos tras dos décadas de apisonadora del PP en las tierras valencianas. También si confirman la incipiente regeneración de la vida política nacional que se puso en marcha con dificultades tras la moción de censura que sacó a Mariano Rajoy de Moncloa asfixiado por el caso Gürtel, permitió a Pedro Sánchez liderar el ejecutivo y tuvo su máxima expresión en el acuerdo presupuestario entre el PSOE y Unidos Podemos, bloqueado finalmente por la pinza entre la derecha y los soberanistas catalanes. La cita con las urnas vendrá marcada por el definitivo enterramiento del bipartidismo. Los socialistas saben que no podrán gobernar en solitario o al menos sin respaldos parlamentarios. La negativa de Ciudadanos, cada vez más escorado a la derecha, a prestar su apoyo a Sánchez o Puig hace que toda posibilidad de gobernar para el partido socialista pase por acuerdos con Unidas Podemos y los sectores nacionalistas como Compromís. Por su parte, Pablo Casado y Albert Rivera, sea quien sea el que finalmente lidere la derecha en Madrid o en Valencia, saben que se necesitarán mutuamente para alcanzar cualquier gobierno. Pero no solo, también necesitarán el respaldo de la ultraderecha de VOX, como ya hicieran en Andalucía. Así, paradójicamente, el fin del bipartidismo ha traído la consolidación de dos grande bloques: el de las fuerzas progresistas y la España plural y el de las fuerzas conservadoras y reaccionarias del mito de la España excluyente. El gobierno que salga deberá encauzar el conflicto catalán que muy pronto tendrá en la sentencia al juicio contra los dirigentes separatistas un nuevo momento álgido. Pero también deberán afrontar los cambios económicos, productivos y sociales que España y la Comunitat Valenciana necesitan para afrontar el escenario de la globalización y la ralentización del ciclo económico que advierten los indicadores. Que lo hagan con criterios de futuro y de cohesión social, o perseverando en viejas y fracasadas recetas neoliberales dependerá también del resultado de las urnas. Todo ello hace de la jornada del 28A una cita clave, agravada por la anunciada irrupción de la ultraderecha en los parlamentos nacional y autonómico. Este panorama obligará a los ciudadanos a realizar un especial ejercicio de responsabilidad ese día. Y lo deben ejercer de forma libre, sabiendo también que el fin del bipartidismo ha acabado con la presión del voto útil. En estas elecciones ya no habrá voto útil. Pero sí puede haberlo inútil: aquel que no llegue a las urnas.