La Turia dice que…
El Congreso de Diputados ha aprobado por mayoría absoluta exhumar los restos
del dictador del Valle de los Caídos. España pone así punto y final a una anomalía
histórica: ser el único país con una democracia avanzada que mantenía un
mausoleo público a mayor gloria de un dictador y su pretendida cruzada iniciada
con un golpe de estado contra un gobierno democrático que provocaba una guerra
civil y casi cuarenta años de sangrienta dictadura. Aunque siga teniendo pendiente
muchas anomalías históricas que afrontar, como poner fin a su condición de segundo
país con mayor número de desaparecidos enterrados en fosas comunes y cunetas,
solo por eso ya merecerá ser recordado ese día. Pero ese día también merecerá
ser recordado por otra cosa: la vergonzante actitud de una nueva y vieja derecha
que con su abstención en esa votación fue incapaz de demostrar la más básica
sensibilidad democrática para cerrar las heridas abiertas en varias generaciones
de españoles que pagaron con la cárcel, el exilio, la tortura y la muerte la defensa
del legítimo gobierno de la República y su lucha antifranquista por una sociedad
democrática. Su postura pone de manifiesto lo arraigado que el franquismo sociológico se
mantiene en este país, las insultantes apologías del dictador y su régimen que no
dejan de proliferar entre tertulianos y pretendidos medios de comunicación. Pero lo
más preocupante de la actitud de los partidos de Pablo Casado y Albert Rivera es
que su postura en la votación no viene motivada por un simple ejercicio de nostalgia
franquista, sino por un frío cálculo de intereses políticos. Esteban González
Pons, posible candidato al ayuntamiento de Valencia, lo puso de manifiesto en el
parlamento europeo, junto con el resto de eurodiputados españoles del PP al evitar
votar en contra de las actitudes autoritarias del presidente húngaro, Viktor Orbán,
cuya condena fue mayoritaria entre el grupo democratacristiano al que están adscritos.
Cuatro diputados, entre ellos González Pons, se ausentaron para no tener
que votar; nueve se abstuvieron y otros tres no tuvieron problemas en votar en la
línea de la ultraderecha rechazando las críticas a Orbán. Ambos episodios ponen
de relieve que, conscientes del avance de la extrema derecha en Europa, PP y
Ciudadanos están decididos a pescar también en ese río revuelto de los sectores
sociales más xenófobos y fascistoides. Su postura ante temas tan cruciales como
la inmigración o su españolismo excluyente frente al conflicto catalán, ya ha dejado
claro que en su pugna por la hegemonía, la nueva y la vieja derecha no están dispuestas
a entregarle ni un solo votante a los ultras de Vox, que según algunas
encuestas podría entrar en el parlamento. También que Casado y Rivera no tienen
el menor escrúpulo a la hora de jugar con fuego. Aunque sean los valores democráticos
los que terminen ardiendo.