TURIA: La Comunidad Valenciana, así como la ciudad de Valencia, llegaron a 2015 convertidas en un erial cultural como consecuencia de la apisonadora del PP. La llegada de los gobiernos del cambio rompieron esa dinámica. Cuatro años más tarde alguna cosa han mejorado en ese panorama. Pero el déficit era tan elevado y la sed cultural tan alta que el camino por recorrer sigue siendo tan grande como la frustración acumulada en el sector. Prueba de ello son las dificultades que debe afrontar el tejido cultural surgido de la propia sociedad valenciana, fuera de los ámbitos de las administraciones públicas. Desde hace unas semanas el cúmulo de malas noticias no deja de producirse. Así hemos visto en los últimos tiempos como proyectos como los cines Albatexas se veían obligados a echar el cierre, como antes que ellos hicieron los Aragón. El mismo camino han seguido propuestas tan emblemáticas en la ciudad de Valencia como la Galería Pepita Lumier o, en el sector musical, la sala Deluxe o La Edad de Oro. No mucho mejor andan las cosas en el audiovisual o el teatro, donde el tirón de À Punt no termina de consolidarse y superar incertidumbres, o donde las compañías continúan haciendo malabarismos para sobrevivir. Tanto o más dramática está la situación en el sector del libro, donde en los último meses han tenido que cerrar sus puertas iniciativas como la Librería Leo o la Dadá. Algunos achacarán este fenómeno a la mala gestión y los cambios en los hábitos culturales de los ciudadanos. Algunos datos son escalofriantes en este sentido: según los últimos datos de 2017, las familias valencianas destinaron a cultura 423 euros al año, un 5% menos que el año anterior; de este total, unos 124 euros los destinaron a la compra de libros, un 21% menos que en 2016, con el agravante de que casi la mitad de esa cifra lo absorben los libros de texto. Por lo que respecta al cine, el teatro y otros espectáculos, las familias dedicaron unos 140 euros de media, lo que supone un retroceso del 13,7%. Justificar este contexto al juego del libre mercado resulta una gran hipocresía cuando es ese mismo mercado quien está ahogando a los ciudadanos con su precarización laboral o las gigantescas subidas en los precios de la energía o los alquileres que obligan a continuo reajuste de sus gastos. Por eso habrá que reclamar al sector privado que ponga en marcha buenos planes de gestión. Pero sobre todo habrá que exigir a las administraciones públicas, locales y autonómicas, una coherente y decidida apuesta por la cultura, que promueva desde la educación el acceso crítico a la misma de los ciudadanos, pero también que aporte las ayudas y el apoyo que necesita un sector que actualmente da empleo a casi 65.000 personas en la Comunitat Valenciana. De lo contrario no solo estarán abocando a la crisis a un importante sector económico, estarán poniendo en peligro un modelo de sociedad y de ciudad donde la cultura sea garantía de una ciudadanía crítica y libre.