Hacer crítica es complejo, ya que te obliga a colocar una opinión y fijarla en el tiempo; labrarla en mármol. No hay pie para los errores ni para los cambios. No hay tiempo para el propio tiempo, que muchas veces es el último elemento de la receta que compone una película. Pese a ello, no tengo temor a la hora de decir que “El amor en su lugar” es una de las mejores películas españolas del año. Intento huir de los tops, de las preferencias y de las comparativas. El cine español puede estar bien orgulloso, y puede sentirse bien completo, al tener a realizadores como los actuales. Y los espectadores, que siempre vamos con nuestro prejuicio de la mano, tenemos que celebrar la época que vivimos. Disfrutemos de recoger esta cosecha de realizadores y realizadoras que nos están llenando las salas con proyectos magníficos, con un talento y un trabajo que no tienen nada que envidar a nadie. “El amor en su lugar” es un premio. Una oda al teatro y a los actores y actrices. Un viaje que transporta al espectador entre el frío, la nieve y los aplausos.
La cámara cae lentamente, como el fluir de una hoja. Estamos en el gueto de Varsovia. Vemos a cientos de personas caminar bajo la nieve y el frío. La cámara se queda con Stefcia (Clara Rugaard), una joven actriz que camina entre la multitud, esquivando cadáveres que se congelan en el suelo. Observamos y escuchamos la desesperanza, el hambre. Stefcia no solo esquiva cadáveres, también esquiva a la muerte, vestida con un uniforme nazi. Las cacerías son habituales. Se esconde entre los escombros, huye de un destino ineludible. La cámara no se separa de ella, la acompaña en su viaje hacia el único sitio dónde se siente segura. El único sitio dónde todo tiene sentido, el teatro. Rodrigo Cortés decide iniciar su narración con este maravilloso plano secuencia que recuerda al de “Sed de mal”, y es que el director salmantino poco tiene que envidiarle a los más grandes.
La película está situada en una de las peores épocas de la historia. En uno de los momentos donde el nazismo campaba a sus anchas. Pero Rodrigo decide alejarse de lo típico, huye del cliché, y nos cuenta otra cosa. Nos habla del amor y de la esperanza. De cómo un grupo de actores llenaba el teatro Fémina para hacer una obra de comedia que hiciera reír y coger calor a sus espectadores. Nos habla de cómo funciona el arte, y de cómo nos une en los peores momentos. Mientras la obra se representa, este elenco de actores y actrices tendrá que tomar una difícil decisión entre bambalinas. La película se aprovecha de estos tres puntos de vista, el del público, el de detrás del escenario, y el que viven los protagonistas encima de las tablas. Yéndose a planos cortos para mostrarnos cómo hablan entre sí con las miradas, mientras el texto que proyectan dice otra cosa distinta. Una obra con interpretaciones milimétricas, quirúrgicas.
La fotografía, a manos de Rafa García, completa una fantástica técnica de cámara. Viajando entre espacios mucho más fríos en el exterior y luces algo más cálidas dentro del teatro. Con secuencias maravillosamente subexpuestas, y con un juego de ópticas que arriesga cuando más lo tiene que hacer. Porque Rodrigo Cortés sabe de narrativa, y mucho. Y decide tomar riesgos, porque si no, nadie gana. Hay recursos de cámara y montaje poco comunes, pero muy bien ligados con la emoción que siente el espectador. Cuando sabe que la tensión está alta, elige mover la cámara, cambiar la óptica y variar el ritmo interno para terminar de darnos un obra que será recordada durante años. Una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos. Una oda al medio y al teatro, y a las interpretaciones. Una película que homenajea el propio sentido del arte y de cómo este nos une frente al mayor de los temores.
