Esta es la historia de Fredy y Valter, dos judíos eslovacos que huyeron de Auschwitz para informar de lo que ocurría allí dentro. Una historia real, ocurrida en 1944, que cuenta las torturas y masacres sufridas por el pueblo judío, y por muchas otras etnias, en los campos de concentración nazi. Es la historia de todos y todas, la historia del mundo moderno. La que muchos, en su momento, no querían creer ni oír. Desde el primer instante queda claro cuál es el mensaje que Peter Bebjak. El director, antes del inicio, recurre a Santayana y a su famosa frase: “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.”
La narrativa transcurre dividida, por un lado, con un acto de presentación más bien corto, vemos a Fredy y Valter, dos presos del campo de concentración alemán Auschwitz-Birkenau, y su plan de huida. Por el otro, conocemos las consecuencias del mismo. La tortura y el asesinato de sus compañeros mientras los soldados nazis tratan atraparlos. El guion comienza con una estructura clara: un primer acto breve puesto que, como en el mismo film dicen, “aquí los nombres no importan”, para dar paso a un segundo acto mucho más extenso (prácticamente la totalidad de la película) dónde vemos la escapada y el sacrificio de estos dos jóvenes eslovacos. Para que la narrativa interna funcione, el personaje tiene que tener unos obstáculos que le impidan conseguir su objetivo. Sin esto, la película no se mueve. Y, a decir verdad, este guion carece un poco de ellos. Es el riesgo de adaptar una historia verídica y tan cruenta. El peso del propio entorno de esta historia ya es un óbice lo suficientemente grande; pero la solución a alguno de estos problemas es más bien floja. Los presos están atrapados bajo un pequeño espacio y… al final salen empujando. Uno de ellos se hace una herida en el pie y… se pone unas zapatillas. Comen bayas sin saber qué les puede pasar y… simplemente vomitan. En general un uso de obstáculos y soluciones un poco pobre.
A nivel fotográfico la película reluce. Encuadres en clave baja y con mucho uso del humo para generar esa sensación de frío. Buen uso de ópticas para separar narrativamente a los presos de los guardas. Y, sobre todo, Peter Bebjak asume ciertos riesgos con el movimiento y el encuadre, llevando la película en muchos momentos a planos holandeses que cuentan maravillosamente cómo es la situación que se vive. Por otro lado, un riesgo no tiene sentido si no tiene un lado malo, y este uso de la angulación hace que el apartado de la ficción caiga, llevando al espectador a una consciencia de la cámara que, a veces, no ayuda en la inmersión emocional tan necesaria para esta historia.
En definitiva, una película importante por su mensaje e interesante por algún que otro recurso de cámara y montaje, que cae por un guion no del todo bien definido. Hay mejores películas que cuentan esta historia, pero no por ello hay que dejarla de lado. En los créditos finales, el director decide colocar audios de los distintos líderes mundiales de la actualidad, dando mensajes racistas y homófobos. Dejando, una vez más, el mensaje de que la historia, muchas veces, tiende a repetirse, y solo queda de nuestra parte el poder evitarlo.