Cartelera Turia

EL LARGO Y CÁLIDO VERANO: VIVAN LAS WORKER SUMMER GIRLS

ANNA ENGUIX: Es lunes, me despierto después de haber pospuesto la alarma más de tres veces, y observo la hora, 9:15, como si de una pesadilla se tratara. Me bebo un café solo rápidamente, y después de dirigirme al baño y lavarme los dientes con los tiempos calculados llega la peor parte, ponerme el uniforme de mi nuevo trabajo de verano. La camisa no está mal, pero los zapatos… esos dichosos zapatos con punta metálica diseñados para no sufrir ningún tipo de lesión son lo peor. Bajo rápidamente a la calle, me pongo los cascos, escucho “S.S.D” del grupo la Femme y me dirijo de forma enérgica a mi puesto. Antes de iniciar la jornada, una de mis compañeras -cuya identidad no desvelaré pero que tiene mi edad- me enseña sus pies en el vestuario. “Tengo pies de abuela”, me dice tras señalar los detalles de unos pies destrozados, con espolones, talón hinchado y unos dedos comprimidos, sin uñas, erosionados por horas y horas trabajando de pie.

Llego a casa, y hace calor; es mediodía. Solo pienso en comer algo y descansar; a decir verdad ansío más la siesta que la pasta que tengo preparada del día anterior. Más tarde, uno de mis amigos me recoge con su antigua furgoneta al caer la noche después de haberme escrito un Whatsapp bastante ilustrativo: un emoticono con un vasito de vermut y dos signos de interrogación. Paseamos por Picanya buscando refugio en alguna terraza. Hay sueños que se repiten, también en nuestro caso. Casi dos años de pandemia, cursos mal ejecutados: a los dos nos gusta mucho la universidad, y yo la valoro cada día más desde que trabajo duro. Después de varias cervezas, le reconozco que estoy agotada; mi feed de Instagram está repleto de fotos en veleros, de ciudades redescubiertas, fiestas clandestinas y siento cierta envidia cuando veo esos rostros sonrientes mejorados con filtros. A lo que él me responde que no me preocupe, que el esfuerzo tiene siempre premio, y quiero creerle.  Después de varias horas y cigarrillos, me marcho a casa. Me acuesto; y la bebida surte efecto, sirviendo de alimento para sueños poco satisfactorios. Vuelve a sonar la alarma a las 9:15, con la canción “Hung up” de Madonna.

Después de confinamientos, toques de queda, clases online, vida universitaria inexistente y muchos otros contras, pensé que mi verano iba a ser sinónimo de ese “Hot summer girl” que se ha convertido en hashtag en Twitter y que significa “un verano lleno de diversión”. En mi caso no está siendo ultra divertido, pero sí realista; con algunas buenas lecciones. Como la de mi compañera de trabajo, encargada de limpiar y limpiar, joven, divertida, también llena de ilusiones, pero con unos pies que delatan sufrimiento. Es la València de los contrastes en julio y agosto.  Unos barrios quedan vacíos de gente, que ha emigrado temporalmente a los chalets o a los apartamentos de la playa, buscando emociones que solo los días largos y calurosos permiten disfrutar. Pero queda otra València activa, en barrios de mujeres y hombres currantes, orgullosos y dignos, que sienten que esa otra València no les pertenece y que hablan de viajes humildes, de pocos días y con las cuentas ajustadas, como objetivo posible; otros destinos ni se los plantean. Dice mi compañera mientras se frota los pies con una crema que huele a vainilla, que deberíamos ser más rebeldes y crear una nueva tendencia en las redes sociales; un hashtag capaz de convertirse en trending topic y convenimos que debería ser “worker summer girl”. Es perfecto.

EL LARGO Y CÁLIDO VERANO: VIVAN LAS WORKER SUMMER GIRLS

La vida está bien si lees tebeos

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