La COVID-19 ha contaminado nuestras vidas más allá de la emergencia sanitaria. Nuestro día a día, nuestras relaciones, incluso las redes sociales que se han convertido en el nuevo espacio de información del que se nutre la democracia, o su ausencia. Desde hace unos meses, parte de la polémica inevitablemente asociada a la pandemia se basa en las vacunas para combatirla. Semanalmente se convocan manifestaciones, también en Valencia, para mostrar el rechazo de unos cuantos. Algunos de ellos tan convencidos que se ponen violentos. Aquí, a casa nostra, los antivacunas se limitaron a hostigar a los cámaras y periodistas que cubrían la noticia, acusándoles de manipulación, mientras coreaban lemas como “apaga la televisión”.
Porque los que se manifiestan contra el pasaporte COVID, contra la obligatoriedad de presentar este documento para acceder a un bar o a un restaurante, claman por la Libertad. Ya saben, la liberta de la presidenta Ayuso: la de tomarte unas cañas. Si en el camino pones en peligro tu vida, la de los tuyos, la de los que se relacionan contigo, mala suerte, nada puede interponerse entre tu libertad y tu. Este es su argumento. Y lo llevan al extremo de poner al mismo nivel la obligatoriedad del pasaporte, con lo que hacían los nazis: así lo ha afirmado la diputada de VOX en Andalucía María José Piñero. Desde el memorial de Auschwitz han dicho que explotar la tragedia de todas las personas humilladas, torturadas y asesinadas en los campos de exterminio es un triste síntoma de decadencia ética e intelectual. Se ha relacionado esto con el conocido concepto de la banalidad del mal de Hanna Arendt. No es exactamente eso. Para la filósofa judía, el mal banalizado tenía que ver con la actitud de los nazis que presumían de cumplir órdenes, ser buenos funcionarios, a pesar de que su cometido fuera exterminar a miles de personas. Lo de ahora tiene más que ver con el proceder del expresidente norteamericano Trump: utilizar ampliamente las fake news en beneficio propio, y luego proclamar que cualquier argumento contrario a tus intereses entra siempre en la categoría de noticias falsas. A través del vaciado del concepto, se consigue su desactivación; si todo son fake news, no podemos distinguirlas ni actuar contra ellas. Divide y vencerás. A río revuelto, ganan los pescadores.
Y además, resulta que los negacionistas encuentran acomodo en las ideologías extremas. Porque comparten postulados con, por ejemplo, los que niegan el cambio climático, con los que sustentan las ideas conspiranoicas, arraigadas en los partidos de extrema derecha que avanzan sin control en un movimiento global que en nuestro país adopta la marca de VOX. Según el experto en populismo Cas Mudde, el discurso sensacionalista y emocional sirve para generar estereotipos sobre “los otros”, los que no piensan como ellos. Para los populistas radicales, la sociedad se divide en dos grupos homogéneos y antagónicos: el pueblo puro y la élite corrupta. Y aquí viene el punto clave: en esa élite corrupta, entran los políticos que roban (curiosamente todos menos lo que pertenecen al partido populista) pero también los periodistas que difunden el mensaje manipulado al servicio del poder, e incluso los científicos/expertos que no quieren más que engañarnos por relaciones inconfesables también con el poder, o incluso los académicos que analizan estos fenómenos. Todos ellos sospechosos, son “los otros”. Y su discurso sólo quiere engañarnos. ¿Qué dices, que saben más que yo? Nooo, no lo creo. Yo he leído en internet todo lo necesario para no dejarme engañar. Que estos que van de listos son todos iguales, que yo lo sé.
Aunque la postura oficial es ponerse de perfil en el tema de las vacunas, en España y en toda Europa, la tibieza de los dirigentes y fuentes oficiales de partidos como el de Vox permite que bajo su manto florezcan los particulares negacionistas y que perseveren en sus postulados contrarios a las vacunas, aunque lo disimulen afirmando que lo único que quieren es la libertad –ay, esa palabra tan grande y tan malinterpretada–, la libertad de poner en peligro su salud siguiendo una teoría conspirativa. Incluso si esa libertad –deben pensar– pisotea los derechos del resto de ciudadanos. Éste es su razonamiento. Son ideas de la élite, de los que no son como nosotros, de los que nos quieren manipular con la única excusa de que saben más, y sólo quieren engañarnos, para así mantenernos sojuzgados y sumisos.
Y sacarlos de su engaño no es fácil. Sobre todo si creen que el que intenta explicarlo tampoco es de los suyos.
Y yo no lo soy, eso seguro.