CARLOS LÓPEZ OLANO: Las reinas de la prensa rosa a veces sobrepasan su límite y las noticias que protagonizan se convierten en asunto nacional. Así ha pasado con la Obregón, con su decisión de recurrir a la maternidad subrogada para traer al mundo a la hija de su hijo muerto en 2020 a los 27 años. El culebrón tiene desde luego todos los ingredientes para convertirse en viral: solo faltaba su imagen saliendo del hospital norteamericano con la niña en brazos y en silla de ruedas y expresando su voluntad de tener más nietos para seguir dando pábulo a los rumores: quizá ella misma era la donante del óvulo, tal vez más hijos de Áless Lequio se gesten en Argentina.
La noticia, con su exclusiva publicada en una de las revistas clásicas del corazón, ha puesto en el disparadero una práctica ilegal en España, pero que aprovechando la diferencia de criterios jurídicos en otros países, han ejercido multitud de parejas de nuestro país y también algunas personas que ejercen la maternidad y la paternidad en solitario porque, dicen, ser padres es un derecho. Quienes utilizan los vientres de alquiler tienen en común no una profesión –no todos son cantantes, actores, coleccionistas de obras de arte o colaboradores de televisión– sino un estatus social: son ricos y piensan que todo se puede conseguir pagando. Porque en este negocio, la que pone el vientre es siempre mujer, y sin ninguna duda, pobre.
Aquí la violencia contra la mujer tiene precio. A la madre gestante, una cubana inmigrante en Miami que tiene ya dos hijos adolescentes, le han pagado 35.000€. A Ana Obregón le ha costado la hija/nieta 170.000 que ha pagado a la agencia. Pero ojo al dato: la exclusiva de la noticia, podría haberla vendido la bióloga de los posados en bikini, por un millón de euros. Uff, era cierto: dinero, llama a dinero. Y el que es rico de cuna, acaba siendo aún más rico.
Las técnicas de reproducción asistida permiten ahora cosas así. Pero no hace tanto, los ricos sin escrúpulos también podían tener hijos a la carta. Desde el régimen nacional-católico se amparó la eugenesia a la española: miles de niños fueron arrancados de “las malas influencias maternas”, de madres condenadas por republicanas y que parían en las cárceles y en hospitales atendidos por religiosas. El psiquiatra de referencia durante la postguerra y el primer franquismo, Antonio Vallejo-Nájera, que creó el concepto de lo que llamó “el gen rojo” cuando estudió con sus maestros nazis en Alemania, consideraba que lo mejor para España era que “los rojos no tuvieran hijos y, caso de tenerlos, separarlos de sus padres, pues eran un mal ejemplo”. Se estima que 30 mil niños padecieron este destino, con la necesaria connivencia de médicos y monjas. El robo de bebés se perpetuó hasta bien entrada la democracia, y aún hay numerosos casos abiertos por resolver. Todo esto sucedió muy cerca de nosotros: por ejemplo en la Casa Cuna de Valencia, que durante decenios se ha negado a entregar documentación a los cientos de afectados que sólo querían saber: qué pasó con mi hijo que yo creí muerto, quienes eran de verdad mis padres.
Hay un gran trecho entre la maternidad subrogada, y el robo de niños institucionalizado durante la dictadura. Los tiempos han cambiado. Afortunadamente. Pero en unos casos y en otros, los ricos se quedan con los bebés, y las pobres, las que gestan, pierden. Y ya está bien de que pierdan siempre las mismas.