En Francia, una investigación ordenada por su propia Conferencia Episcopal, desveló hace tan sólo unos meses que en los últimos 70 años, hubo 330.000 víctimas de pederastia vinculadas con la Iglesia Católica. Hasta tres mil curas abusadores fueron identificados. En Bélgica, una comisión ordenada por el Parlamento arrojó cifras similares.
Y aquí en España mientras, la Conferencia Episcopal no sabe, no contesta. O sí. Porque según el Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Luis Argüello, secretario de la institución, “el interés no está en sanar a las víctimas, sino en atacar a la iglesia”. Argüello ha respondido con estas palabras a la intención del Gobierno de España de por fin, ordenar una investigación que destape aquí los casos de abusos eclesiásticos. El cómo se decidirá estos días: a través del Defensor del Pueblo, mediante una comisión parlamentaria, o con el encargo a un equipo independiente de expertos. Es lo mismo. El caso es que España deje de ser una anomalía, de ser el único país de Europa junto con Italia, en el que no hay cifras oficiales de esta lacra social que se ha producido con la connivencia de todos los que lo ocultaron, los que se limitaron a trasladar de destino a los abusadores, los que taparon los crímenes para no dañar la reputación de la sacrosanta Iglesia. En Estados Unidos, la responsabilidad recayó en los periodistas del Boston Globe que destaparon un caso masivo de abusos ocultado por las altas esferas religiosas en el que se identificaron y llevaron a los tribunales 87 curas pederastas. La historia fue incluso plasmada en el cine en la oscarizada Spotlight (Tom McCarthy, 2015).
Estos días he leído argumentos vergonzantes minimizando estos abusos. Como el de Isabel Díaz Ayuso, que acusa al sanchismo de identificar la iglesia con el mal. Y en redes sociales: que las estadísticas mandan, que los curas pederastas abusan menos que las abuelas. Oh. Vaya. El escritor Alejandro Palomas denunció públicamente que de niño lo violó un religioso de su colegio de La Salle y se ha convertido en la cara visible del movimiento de repulsa. Creo que él ha descrito perfectamente el proceso que padece un niño abusado: “El silencio no sana. Al contrario: la herida que nunca empezó a cicatrizar se infecta e infecta todo lo íntimo. Es, cómo no, una infección silenciosa, perversa y torcida”. En redes también, las descalificaciones han sido brutales: que porqué tardó tanto, le decían. El que abusó de él y lo violó analmente cuando tenía siete años, se llama por cierto Hermano Jesús Linares, y aún vive en una residencia de la Iglesia. A partir de la denuncia del escritor, han aparecido decenas de otras acusaciones todas espeluznantes.
La Iglesia en España no va a colaborar. No quieren caza de brujas. Al menos así lo dijo el portavoz de la Conferencia Episcopal. Sin embargo, parece que no todos son iguales. El vicepresidente de la institución y arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ha afirmado: “A aquellos que sostienen que la denuncia daña a la Iglesia, Repara (la oficina del arzobispado) les recuerda que, en realidad, las denuncias por posibles abusos ayudan a afrontar y prevenir que se produzcan este tipo de situaciones. Lo que realmente le perjudica es el silenciamiento”. Diversas asociaciones de cristianos de base han apoyado también la investigación.
Los que están en contra de que se hagan estas investigaciones, quizás son los mismos que llevaban a Franco bajo palio. O sus herederos, ya saben. Los de siempre. Pero las cosas pueden cambiar. Y cambiarán, de eso estoy seguro. Ahora.