CARLOS LÓPEZ OLANO: La investidura fallida del líder del PP ha marcado la actualidad política esta semana. El apoyo de los de VOX no ha sido suficiente para alcanzar los votos necesarios, y el llamamiento al transfuguismo de Feijóo ha fracasado estrepitosamente. La manifestación contra la amnistía, a la que por cierto acudieron los ultraderechistas de la Falange, ha protagonizado la estrategia de la derecha para conseguir el rédito político que no obtuvieron en las urnas. Fue sin duda multitudinaria, aunque no tanto como presumía el PP en su cuenta oficial de Twitter afirmando que hubo más gente que en ningún otro acto político en la Democracia, lo que es radicalmente falso. Lo cierto es que Alberto Núñez como presidente no tiene futuro, y como líder de la oposición puede que tampoco demasiado con una Ayuso que no para de moverle la silla. Con la estrategia ha conseguido desviar la atención al futurible pacto con los nacionalistas que permitiría a su rival gobernar.
Felipe González y Alfonso Guerra, han clamado contra esta posibilidad; en eso su voz se ha unido a la de los expresidentes Rajoy y Aznar. Como si fuera nuevo –para todos ellos– el pactar con los nacionalistas. Como si fuera inaudito el intercambiar apoyo político por privilegios, por prebendas, por leyes que establecen un tratamiento fiscal favorable, por ejemplo. El concierto económico vasco lleva en vigor desde 1981, y en el 2017 se efectuó la última renovación gracias al apoyo del PNV a los Presupuestos Generales que proponían un PP en minoría. Aznar en 1996, gobernó gracias a los votos de los de Jordi Pujol, después de pactos inéditos, como el que permitió ceder las competencias de tráfico que hasta entonces ostentaba la Guardia Civil a los Mossos d’Esquadra, o la cesión de la tasa del 30% del IRPF a las Comunidades (hasta entonces fijada en el 15%). Fueron los tiempos, recuerdan, en los que el “Pujol, enano, aprende castellano” que coreaban sus correligionarios bajo el balcón de la sede de la calle Génova, se convirtió en la afirmación de Aznar poco después, que declaraba que “hablaba catalán en la intimidad”. Sí, hombre. Con Ana Botella, seguro, que le viene ya justito en inglés macarrónico.
Negociar con los nacionalistas, que obtuvieron en las últimas elecciones de julio un número de representantes muy significativo, es una obligación democrática: es obedecer al mandato de las urnas. Incluso Feijóo, más allá de las presiones, reconoció que ha tenido contactos con Junts per Catalunya. El pacto por supuesto, siempre tiene que hacerse cumpliendo con la legalidad vigente. La alternativa a no llegar a acuerdos es permitir en España un gobierno de derechas teniendo como socios a los de VOX, a los que “no les gusta que les llamen fascistas”. Y en Valencia estamos viendo ya claramente las consecuencias, algunas grotescas, que tiene. El último chascarrillo ha llegado de parte de la Real Academia de Cultura Valenciana, ésa que ahora van a subvencionar y promover desde la Generalitat: afirman que el valenciano, ese que no quieren considerar lengua propia en Alicante, se remonta a “la más profunda prehistoria valenciana”. Anda. Pero volvamos a la política nacional: las críticas a un futuro pacto de Sánchez con los independentistas han sido, ya han visto, tremendas, y han venido incluso de dentro, de manera previa a que se produzca.
Respecto a esto, ando intrigado con el documental sobre el dirigente de ETA Josu Ternera que Jordi Évole ha presentado en el festival de cine de San Sebastián. Casi nadie lo ha visto (hay que esperar a diciembre para su estreno en plataformas) pero todos opinan de ello. Desde la extrema derecha se ha criticado duramente al periodista por darle voz a un terrorista. Évole les ha respondido algo sobre lo que creo que hay que reflexionar: los jóvenes que gritan “que te vote Txapote”, no saben en muchos casos quien es ése personaje, y ni siquiera conocen quien fue Miguel Ángel Blanco. Y sobre esto, hemos de trabajar. Porque conocer esa parte de nuestra historia es importante para que no se repita.
Incluso a los asesinos hay que dejarlos hablar, para que se retraten ellos mismos. El interés periodístico que tiene oír a un personaje así, que según cuentan no muestra ningún tipo de arrepentimiento por la violencia y los crímenes cometidos, es indudable. Porque la memoria, de cualquier tipo, se basa en el conocimiento profundo de los hechos.