Se llamaba Menchu Álvarez del Valle, y fue pionera de la radio en Asturias. Y también, abuela de la reina Letizia. Su entrevista póstuma ha levantado ampollas: que si “me gusta Santiago Abascal”, que “si algo nos va salvar, es VOX”. Vamos, lo que le faltaba a la monarquía. “Se la quieren cargar”, concluyó la anciana de 93 años. Sí, en eso coincido con ella. Y su incontinencia verbal no ayuda a su mantenimiento, eso seguro.
Otro que la ha liado parda: Ignacio Camuñas, uno que fue ministro con la UCD. En un acto del Partido Popular, en presencia de su líder Pablo Casado, dijo que en 1936 en España no hubo un golpe de estado. Y que la República fue la responsable de la Guerra Civil. Pero lo grave no fue eso: al fin y al cabo, que un ministro de la Transición defienda al general Franco y sus militares sublevados contra la legalidad, tampoco sorprende tanto. Lo importante, lo destacable, fue el silencio de Pablo Casado, ante una afirmación que legitima ya no la Guerra, en la que nadie niega que se produjeron abusos también en la zona republicana, sino los 40 años de la paz de los cementerios que impuso el dictador a sangre y fuego, con la connivencia de la Iglesia.
La historia es lo que tiene: es reinterpretable, se puede reescribir. Eso lo sabemos perfectamente: hay que vigilar de manera constante, para que se cuente la verdad, se recuerde como fue, para que los historiadores venzan a los voceros, también a los que ahora llaman los “equidistantes”. Es un concepto curioso, éste, una palabra que ha hecho fortuna últimamente y que define con márgenes difusos a los que piensan que los de uno y otro bando fueron iguales. Y no, no fue así. Eso no quita para que se reconozcan los crímenes propios, que los hubieron. Y bien que se encargó el franquismo de recordarlo, de homenajear a las víctimas. Ahora se trata de igualar la balanza, y tener claro que si hay que tomar partido, hay que hacerlo por los demócratas.
Pero más allá de los que ladran, los que cabalgan. Como la iniciativa “Las misiones de la memoria” que promueve el profesor de secundaria Luis Botello, de la Coordinadora de Asociaciones por la memoria democrática. En la misma habitación, en la misma aula, se encuentran jóvenes que casi no saben nada de un pasado no tan remoto y los testimonios vivos de aquel horror para que nadie olvide que la palabra guerra no son solo seis letras inocentes que no tienen consecuencias. Josep Almudéver, el ultimo Brigadista Internacional fallecido recientemente a los 101 años, lo sabía bien y por eso, hasta su último aliento luchó con la única arma que vale la pena: su palabra. Con su testimonio, contando una y otra vez a los más jóvenes como fue combatir por la legalidad, por la República, contra ese golpe de estado fascista, apoyado por los nazis alemanes que ya por entonces gaseaban judíos. Un golpe que ahora, algunos niegan.
Porque recordar, sin equidistancia ni dogmatismos, es un buen ejercicio. Sobre todo para que lo ejerzan los ciudadanos del futuro, los que en breve votarán en esta era de confusión por las fake news, de ascenso de los radicalismos alentados por el internet colaborativo, ese en el que es tan difícil poner orden. Y para navegar en esas aguas, es fundamental tener herramientas para poder apreciar y distinguir los buenos de los malos.