La crisis sanitaria de la COVID19 está provocando daños colaterales. Uno de ellos es lo que se está denominando “infodemia”. La Organización Mundial de la Salud se refiere así al exceso de datos (ya sean ciertos o bulos) que dificultan una información adecuada sobre la pandemia. No es algo nuevo: en los 70, el escritor Alvin Toffler hablaba de “information overload” y en los 90, el experto en TICs, Alfons Cornellà introdujo el término “infoxicación” para describir la sobrecarga de información, la incapacidad de procesarla y la angustia que eso nos provoca. Y desde marzo de 2020, cada día, sufrimos una avalancha de cifras y datos sobre muertes, contagios, brotes, incidencia acumulada, ingresos hospitalarios, camas de UCI ocupadas… ese es el reflejo informativo de la COVID19.
Emilio de Benito, periodista especializado en temas de salud, me dijo una vez que los números son una garantía para crear noticias. Pues se han juntado el hambre y las ganas de comer. Hasta el punto de que la Radio Télévision Belge Francophone se va a autolimitar y no dedicará más de un 50% de sus informativos al coronavirus. Siendo una buena decisión, creo que no es solo un problema se cantidad; también de calidad: por ejemplo, resulta difícil encontrar algún medio que aporte las cifras de altas médicas y hospitalarias. Javier Ruiz, en la SER, el 28 de enero, con su énfasis apocalíptico habitual, decía sobre el efecto de la vacunación en Israel: “solo con la primera dosis, las tasas de contagio están cayendo dramáticamente”. ¿No había otra manera de calificar ese descenso en la transmisión? La elección de datos, la saturación y el tono en que se presentan están creando un problema colectivo de salud mental y ansiedad que podría aplacarse con algo de responsabilidad y objetividad. Hacerlo no esconderá la magnitud de la tragedia ni puede ser motivo para relajar la prevención. Por desgracia, el periodismo, en general, tiene muy asumido aquello de que una buena noticia no es noticia.
Emilio Lledó dijo en una ocasión que “lo negativo existe; existen la violencia y mil monstruosidades, y no se pueden ni se deben ocultar”. Añadía: “un mundo alimentado sólo con noticias catastróficas crea desesperación y lo hace invivible”. Lledó subrayaba que lo peor de una visión negativa de la vida “no es sólo la herida personal que pueda crear, sino el hecho de que cierra el horizonte para construir un futuro”. Si las malas noticias no se pueden evitar porque son la realidad, el mal periodismo sí.