jOSÉ MANUEL RAMBLA: Pese a las amenazas ultraderechistas y a la suspensión inicial de las funciones por La Rambleta, las representaciones de Mongolia sobre hielose desarrollaron sin incidentes en València y con la sala abarrotada de un público que convirtió el espectáculo en un grito unánime de ¡No pasarán! Con Dario Adanti estuvimos hablando de la controversia que en los últimos tiempos envuelve al humor.
¿Cómo habéis vivido estos días de polémica?
Lamentablemente te vas acostumbrado porque hace como cinco años que empezamos con estos problemas. Las primeras amenazas fueron en Sevilla, y en Cartagena se convocó una manifestación a la que acudieron unas 400 personas. En La Rambleta queríamos actuar a toda costa, porque fueron los primeros que apostaron por nosotros. De hecho, nuestros shows de Mongolia surgieron allí cuando nos invitaron a presentar la revista allá por 2012. Cuando llegaron estas amenazas, consideraron que no se podía garantizar la seguridad y decidieron cancelar, nosotros respetamos su decisión aunque nos parecía que era un triunfo de cuatro descerebrados.
Finalmente las actuaciones se pudieron realizar. Me halagó mucho que las autoridades valencianas y nacionales actuaran con rapidez. En Cartagena no hubo ninguna respuesta, fue el teatro quien llamó a la policía. De hecho allí fue el alcalde, que ahora está imputado por corrupción, quien azuzó a las masas. Y en Sevilla fue Zoido, que luego fue ministro del Interior. Esta es la primera vez que las autoridades no solo han actuado rápido sino que nos han brindado su apoyo público.
Todavía está abierto el caso de Dani Mateo, ¿el humor se ha convertido en una profesión de riesgo?
Lamentablemente sí. No es un fenómeno valenciano ni español sino global. La ultraderecha está creciendo. Se están viniendo arriba por la coyuntura internacional. Ven a Trump, a Bolsonaro, a Salvini y se vienen arriba. Y las autoridades deberían parar esto porque, pese a todo, creo que España es una de las sociedades más tolerantes. Con sus problemas, como todas, pero muy tolerante. Se habla mucho de los límites del humor pero tú consideras que la cuestión de fondo es la democracia. Estamos obsesionados con los límites del humor cuando ese no es el problema. En una democracia plena no se puede cuestionar continuamente la gente no critique el humor. Ojala podamos hacer una crítica cultural del humor como hacemos de una novela. Yo puedo decir “vaya novela de mierda”; pero no cuestiono que es una novela, ni le pido al estado que evite que exista esa novela. Eso con el humor está pasando continuamente. Debemos que asumir que expresar ideas que puedan ser ofensivas está dentro de la libertad de expresión y que, por lo tanto, la ofensa no es un delito, y más si es en una ficción. De lo contrario estamos perdidos porque ganan la intolerancia y el fanatismo. Pasolini defendía el derecho a la provocación y el placer de ser provocado.
Para él lo demás era puritanismo. ¿Deberíamos tener en cuenta este consejo?
Sí. Esta cruzada contra la sátira no viene solo de un grupito ultraderechista. Varios sectores del arco político o religioso se te ofenden cada dos por tres. Pero la función de la sátira en la democracia es combatir el idealismo. La gente debe aprender que la función de la sátira es cuestionar sus propias certezas. Necesitamos de las certezas para vivir y el idealismo no está mal para construir un
mundo mejor. Pero también es supernecesario que te recuerden que en el fondo también falla tú ideal, que no es perfecto, que también pisa la piel de plátano, se cae y hace el ridículo.
¿Debatimos sobre humor porque otros debates, como el ideológico o los conflictos sociales, han sido excluidos de la discusión democrática?
El humor está siendo la gran cortina de humo de este tiempo. No es que exista un poder conspiranóico, es casi un algoritmo. La gente vive cada vez más en la irrealidad y le ofende más la ficción que la realidad. Hay menos escraches por temas materiales que por temas ficcionales. Con lo cual sí que creo que estamos cada vez más centrados en los límites del humor porque estamos perdiendo la capacidad de discutir ideológicamente otros límites. Como por ejemplo el límite de la libertad de expresión. Cuando ves estos grupos de ultraderecha que aprovechan la libertad de expresión para difundir ideas en contra de la libertad de expresión te cuestionas si es justo que puedan usar el derecho de la libertad de expresión para cargárselo. No tengo respuestas, pero creo que sería mejor hablar de esto que de los límites del humor.
¿El puritanismo progresista de lo políticamente correcto está legitimando la intransigencia de la derecha?
Hay un sector de la izquierda que ha comprado un montón de conceptos supergilipollas, básicos y maniqueos que no tienen grises. Y se han convertido en un nuevo ente puritano censor. Eso es terrible porque ahora tenemos fuego enemigo y fuego amigo. El hecho, por ejemplo, de cuestionar palabras o de querer obligar a las personas a que utilicen una palabra y no otra termina siendo autoritarismo. Y este sector de la izquierda es muy irracional porque no es materialista. Tiene como un pensamiento mágico: yo voy a cambiar el mundo desde mi casa por twiter. Es ridículo.¿La jugada de la ultraderecha usar la incorrección política para crecer y luego la corrección de la “ofensa” y el “odio” para cuestionar la libertad de expresión? Hay dos correcciones políticas. Una de izquierdas a la que le molesta cualquier alusión a los colectivos más perjudicados y tratados injustamente. La intención es buena pero el resultado es igual de censor y puritano. La otra es la corrección política de toda la vida en la derecha: no te metas con la familia, la iglesia, las instituciones, ni con los símbolos. Con lo cual tenemos un consenso en ambos lados en que hay que limitar la libertad de expresión, sobre todo en la ficción humorística. Es un problemón. Hace poco unos estudiantes de Estados Unidos decían que no iban a aplaudir en solidaridad con los mancos.
Es una ridiculez total. ¿Se puede ser más burgués?
En el primer mundo los jóvenes tienen problemas, pero también tienen un iPhone y un montón de ventajas que sus antepasados no tenían. Y han heredado derechos por los que no han tenido que pelear. Por eso tienen una especie de culpa de psicoanálisis barato. Solo falta que empiecen a cercenarse los brazos para solidarizarse con los que no tienen brazos