DANIEL GASCÓ:
Valladolid, hace 22 años…En el marco del Festival de cine internacional, la célebre Seminci, me dirijo al bar del hotel donde un cineasta de renombre espera.- Monsieur Guédiguian, buenas tardes.- Tenía una entrevista con un tal Daniel Gascó.- Soy yo, llego 10 minutos tarde, pero ahora le explico. No habrá entrevista, no tengo preguntas, este libro (le señalo el magnífico estudio que le dedicó Esteve Riambau) ha resuelto todas mis dudas.
Durante todo este tiempo, he contado innumerables veces esta anécdota, sobre todo por lo que sigue. Guédiguian no sólo no se enfadó sino que me consiguió un encuentro todavía más preciado en ese momento, con los Hermanos Dardenne que venían de ganar la Palma de Oro dispuestos a clausurar el certamen con “Rosetta”. Me comentó que tenía al día siguiente una comida con ellos y que iba a intentar convencerles para que no durmieran la siesta. Gracias a él, Miguel Ángel Lomillos los entrevistaría para la revista valenciana “Banda Aparte”, ya desaparecida. Comprendí entonces que Robert Guédiguian es como cualquiera de sus personajes, un ser rebosante de generosidad y empatía con el prójimo, sin importar que fueses un desconocido.
Nos reencontramos dos décadas después en la cuarta planta de la Filmoteca valenciana, donde se celebra parte de la 37 Mostra de València Cinema del Mediterrani, que este año tiene el acierto de homenajearle con una retrospectiva íntegra y la coedición de un libro escrito por Aarón Rodríguez Serrano: “Robert Guédiguian. La gente no se da cuenta del poder que tiene”. A diferencia de cineastas como Buñuel o Fellini, Guédiguian disfruta las entrevistas. Hablar de su cine, en definitiva, es comentar un mundo que en sus labios jamás se encontrará en punto muerto. Este encuentro se grabó en vídeo gracias a la generosa colaboración de Robert Ortín Falcó, al que estoy inmensamente agradecido.
Suele trabajar en espacios y con personas que conoce. ¿Eso le ha permitido improvisar? Esa colaboración estrecha con sus actores, ¿se ha extendido a la redacción del guión?
No. De un modo inconsciente, por capilaridad, puede ser. Son mis amigos. Y por supuesto, mi mujer, Ariane, constantemente me influye. No participan directamente en mis guiones, pero sí lo hacen en mis estados de ánimo.
Su filmografía parece que ha sido una escuela de cine para los amigos y compañeros de infancia con los que lleva trabajando más de 40 años. ¿Echa de menos algo de esos inicios ahora que son todos profesionales veteranos?
Me es difícil contestar porque es hablar de mi juventud como persona y como cineasta. Lo que ganas como cineasta en saber cómo hacer las cosas se pierde en ingenuidad. Voy a intentar no tener tanto savoir faire para ser un poco amateur. Es complicado.
Sus películas suelen transcurrir en presente y sin flashbacks. De todos modos, cuando eso ocurre e introduce el pasado, como todo el arranque de “Una historia de locos”, utiliza como muchos cineastas el blanco y negro. Pero para mí sus mejores viajes al pasado son los insertos de “Ki lo sa” en “La ciudad está tranquila” y “Una casa junto al mar”.
Como escribo siempre sobre el mismo sitio y los mismos personajes, género como un archivo de fotos de familia que voy sacando para contar cómo son. No puedo resistir la tentación de utilizar estos archivos de hace 20 años y compararlos. Es diabólico.
Al final de “Marius y Jeannette” escuchamos: “Las paredes de los pobres de L’Estaque, las pinta Cézanne en cuadros que acabarán en las paredes de los ricos”. ¿Por qué cree que finalmente es un lujo retratar los barrios pobres o esos obreros desconocidos a los que ha dedicado tantas películas?
Es una ironía. Esas películas que yo hago en esos barrios no las ven sólo los burgueses. La tarea que me he planteado yo, por eso digo que es irónico, es reflejar la grandeza y la belleza que hay en los pueblos. Lo ideal es que los cuadros de Cézanne no deben estar en manos privadas, deberían ser propiedad pública. De hecho los cuadros acaban en los museos, porque así pertenecen a todos. Yo creo que el público para el que trabajo al final ve las películas porque yo velo porque se difundan por televisión y todos los medios posibles.
Sorteando la etiqueta de cineasta social, anuncia que “Marius y Jeannette” es un cuento o que “El cumpleaños de Ariane” es una fantasía. En esta última incorpora incluso unas imágenes de ordenador.
Cuando afirmo que tal película es un cuento o una fantasía, es para avisar al público, porque hay que tomar al espectador por lo que es, y pienso que es inteligente. El cine no se concibe para abusar de los espectadores. Y si las reglas del juego son distintas de una película normal hay que decírselo para que sepa en qué universo entra.
En “El cumpleaños de Ariane” una joven afirma: “Nuestra generación no tiene futuro”. ¿Ve el mundo de hoy con una cierta desesperanza?
Siempre estoy desesperado por la mañana y optimista por la tarde.
¿Y rueda más bajo el optimismo o o en ese estado de desesperanza?
Justamente por eso hago películas muy distintas. Las hay extremadamente optimistas y hay que codificarlas de alguna manera. Pero me ha ocurrido tener una película preparada, ponerme a hacerla y recular: “Esto no va a ser así, vamos a hacer una tragedia”. El ejemplo sería “Gloria Mundi”.
Empieza el nuevo siglo y en un coloquio que celebró el festival de Valladolid tras la proyección de un film suyo bastante duro, “La ciudad está tranquila”, hace la siguiente declaración: “Ha llegado un momento en mi vida en que sólo quiero filmar las cosas que amo”. 22 años después, ¿que le impulsa a seguir haciendo cine? ¿Qué cosas ama o sigue amando?
Sobre todo sigo amando la resistencia, es decir, aquellas personas que siguen siendo dignas y se mantienen en pie, que son benevolentes y ayudan a los demás. Me gusta la gente abierta, abierta a todo: a las ideas nuevas, a las nuevas formas de familia, de sexualidad. A las nuevas formas de libertad. La gente que no tiene miedo del mundo, que quieren acogerlo, aunque sea sorprendente, nuevo, que no se quedan congelados en el pasado. Para mí es necesario seguir la pista de todos esos sentimientos, para no desesperarme yo mismo. Y mostrando a los demás me digo a mí mismo que eso les va a ayudar a no desesperarse.