GERARDO LEÓN: El pasado 8 de junio se presentaba en La Filmoteca de Valencia la colección Cine de Contrabando, una nueva línea de libros publicada por Editorial Contrabando dedicada al estudio de las grandes obras del cine español e hispanoamericano. La puesta de largo de esta nueva colección venía apadrinada por un invitado especial, el director vasco Julio Medem, con cuya película Tierra, objeto del segundo texto de la serie, se reencontraba, emocionado, después de varias décadas. Recuerdos, sensaciones, pero, sobre todo, una forma de hacer cine en libertad que quizá no pueda repetirse.
Te encuentras con Tierra, por primera vez, después de casi 30 años. ¿Qué impresión te causó el visionado de la película?
En la presentación alguien dijo que por ella no había pasado el tiempo o que había envejecido bien. Pero lo que yo vi es que sí había pasado el tiempo para mí. Lo que sentí es que aquel que fui, cuando la hice, era muy joven y se sentía muy libre haciéndola. Esas ganas tan grandes de narrar, pero buscando algo diferente, que me sorprenda, que supere lo mejor que haya podido imaginar. Y luego, está el hecho de cómo estaba yo cuando la hice… ¡Qué inmersión! Vivía dentro de ella. Así es como se hacen las películas, ¿no? Vi ese vaciamiento que hice de mí cuando la hice. Eso es lo que es la película para mí, mi yo vaciado de entonces.
En Tierra está ese yo que habla, que es ese tú de entonces con el que dialogas y que, de alguna manera, se expone. ¿Cómo es hoy tu relación con ese yo? ¿Cómo es ese diálogo?
En un principio, el personaje de Ángel (Carmelo Gómez) tenía mucho de alter ego. Luego, lo fui sacando de mí. Lo digo en el sentido de que tiene una fragilidad muy grande, una crisis, y un dialogo con la inexistencia, con el miedo a la muerte. Y, desde allí, casi en clave de humor, se dice que no importa morir, que no pasa nada. Y la angustia. La existencia siempre está acompañada de un inevitable ruido de fondo llamado angustia. Pero he superado aquello, y en parte lo superé haciendo una película. [Viendo Tierra] escuché dos mensajes. Por un lado, estaba viendo cómo me estaba funcionando ese personaje y, a la vez, yo en ese momento como director, en la experiencia de dirigir esa película que me cambió la vida.
¿Sigues manteniendo esa conversación con ese yo, de alguna manera, a través de tus películas, quizá en otros momentos de tu vida?
Como en Tierra, no. Tierra fue claramente la más “bipolar”. También hubo algo en Vacas en el personaje de Manuel Irigibel. Ambas son maneras poetizadas de expresar la esquizofrenia. Pero luego, ya no he tenido eso. Lo que sí me pasa cuando escribo es que me hablo todo el tiempo. Me hablo porque muchas veces los diálogos los saco de lo que voy diciendo. Yo paseo mucho por la calle cuando escribo. Y, muchas veces me planteó preguntas en voz alta. Eso está bien, el preguntarme, el ponerme a prueba. Eso sí lo hago.
La película contiene un torrente de ideas enorme. No es solo que, en una secuencia, suceden cosas, sino que, dentro de esa escena hay puestos, en cada plano, un sin fin de elementos. Ahí hay un director que tiene hambre por jugar con las armas del cine. ¿Cómo crees que ha madurado Medem como director?
No lo sé muy bien porque no me quiero confundir con un hecho, y es que, cuando yo hacía estas películas, había un público joven que las apreciaba muchísimo. Ahora me cuesta mucho levantar un proyecto porque los algoritmos de las plataformas son casi lo opuesto a lo que yo hago. Y eso que parece que se han dado cuenta de que, con el algoritmo, salen unas cosas tan trilladas, tan previsibles, que otra vez empiezan a haber más facilidades para los autores. Yo he escrito un montón de series. No he parado de escribir. Lo he pasado muy mal en la pandemia porque se han caído muchas y he pasado unos años muy duros, de no ganar dinero. Pero soy un luchador y ahora estoy otra vez como renaciendo y, desde hace un año y pico, otra vez me sale todo. Pero sí que tuve que hacer una adaptación al darme cuenta de que ese cine que yo hacía, con esa libertad tan grande, ya no se podía hacer, ya no era rentable. Entonces es cuando empecé a tocar temas para que el algoritmo pitara un poquito a mi favor. Desde que empecé a ahora, soy muchísimo más culto. Yo leía mucha literatura, pero luego empecé a leer historia. Escribí una novela, Aspasia, amante de Atenas, que se sitúa en la Grecia clásica, de la que voy a hacer una serie para Amazon. Tengo también una serie sobre la guerra de Cuba. Claro que la historia tiene un compromiso, y es que tienes que cumplir con lo historiográfico. Pero me gusta mucho, y me siento libre dentro de ella. Eso ha cambiado. Ahora, una película tan totalmente libre, no sé si se podría hacer.
En Tierra volvemos a encontrarnos con Carmelo Gómez, Emma Suárez, Silke, Nancho Nuovo, Karra Elejalde… Es una generación de actores muy especial. Luego, sus carreras fueron algo desiguales. ¿Cómo valoras esa generación?
Hice Vacas con ellos, con Carmelo, con Emma, con Karra… Y ya entonces había un algo, un vínculo muy profundo. Yo me dejo algo de mi sensibilidad, de dentro, en las películas que hago. Y a ellos les pedí que también se lo dejaran y lo pusieran conmigo. Y eso, claro, establece algo muy importante. Recuerdo muy bien La ardilla roja, con Emma. Creo que el personaje de Lisa es de lo mejor que hay en mi cine. Y luego está Tierra. El personaje de Ángel es uno de los personajes más potentes de mi carrera. Y sí, claro, respondían a una generación. En el caso de los actores, la edad puede afectar mucho. Ya el mismo hecho de cumplir años, hace que les llamen menos. Emma hizo algo todavía y Karra estuvo desaparecido durante muchísimo tiempo, hasta Ocho apellidos vascos. Me alegré muchísimo por Karra. Me alegro mucho de que le vaya bien porque se lo merecía.
Tu cine toca un tema, que es la relación con el amor. Diría que se puede percibir esa relación a lo largo de las distintas etapas de la vida. ¿Cómo es tu relación con el amor, como cuestión genética, en tu obra?
Esa es una buena pregunta. Al final, hago historias que muestran una energía que emana del enamoramiento, con todo lo que tiene de real y de irreal, que es casi más interesante, el invento. ¿Qué significa la vida? Tengo una historia de amor que se titula Ocho, que empiezo a rodar en octubre, en la que cuento la vida de Adela y de Octavio, sus 90 años de relación, en ocho planos secuencia, y cada plano secuencia tiene forma de ese ocho que da título a la película. Ellos nacen en dos pueblos cercanos de la sierra y, desde ese momento, están conectados. Pero tardan mucho en saber de la existencia del otro. Cada capítulo tendrá la textura del momento. Empieza con la proclamación de la Segunda República. Luego, continúa durante la guerra Civil. Cada uno está en un bando. Es una reflexión sobre España, sobre el caínismo español. A partir de ahí, lo que ocurre es una historia de amor tan bella que es de lo más emocionante que he escrito nunca. Es el amor, sí, pero también el destino. Las personas emanamos un tipo de atracción entre unos y otros que hace que las cosas parece que tenían que ocurrir así. Personas que parecen que están esperando ese momento de sus vidas. Esto está en Los amantes del círculo polar, por supuesto. Yo tiendo a idealizar y las historias de amor son idealizaciones, aunque también pueden ocurrir. No es que lo tenga pensado, pero tengo la sensación, por cómo escribo, de que me salen estas historias. Ahora, en Ocho, me ha salido otra vez. Y digo, “¿por qué?” (risas)
Con respecto al libro, ¿cómo recibes que alguien desmenuce tu propio trabajo? ¿Cómo lee uno sobre sí mismo?
Pues yo lo que vi es que esto solamente lo podía hacer alguien desde fuera, y además, con esa pasión tan sincera y con esa capacidad de explorar bien la película. El trabajo que hacen [Daniel y Javier Seguer, autores del texto] es muy serio, está muy bien escrito. Me sentí muy honrado. Pensé: qué gozada que mi película de para eso. Cuando acabo una película, tengo mi discurso, que nunca será el mismo. Pero eso está muy bien, es lo bonito, ver cómo la película vive para los que quieran verla y quieran meterse adentro de ella. Esa es también la vida de una película, ¿no? Me pareció maravilloso que se haya sacado este libro.
En la presentación dijiste que, más que un padre, te sientes como una madre con respecto a tus películas. Sé que ahora estás embarcado en el cierre de otra película (Minotauro, sobre Pablo Picasso). ¿Cómo ha sido el parto?
Pues todavía no la he parido (risas). Estoy cerca. Hay un momento, cuando tus manos hacen así [retira los brazos hacia atrás], y ya no puedes hacer más. Es un momento increíble, inolvidable. Para mí el parto es eso. Luego, la gente ve la criatura. Pero el hecho de que ya esté fuera, fuera de mí, es el momento del parto. Y esto va a ocurrir a finales de julio.