Su novela, Noruega, publicada en 2020 por Drassana, es un fenómeno editorial, va por la quinta edición. Una espectacular sorpresa literaria que ganó el Premio Lletraferit de novela. Rafael Lahuerta, 50 años, ha escrito una obra en donde la ciudad de Valencia palpita como un ser vivo, su protagonista Albert Sanchis, habita un mundo entrañable y desaparecido. Una obra en la que se combina la ficción con la realidad. Con una estructura original y una prosa fresca y sencilla Lahuerta ha escrito una novela original e insólita sobre la ciudad que nos ha visto nacer. Y en el valenciano que se habla en sus calles antiguas. Y es que su descripción de la Ciutat Vella, donde nació, posee una potencia mágica y a la vez una reivindicación de lo que está desapareciendo sin remedio. El alma del casco antiguo, convertido, como él mismo dice “en una falla de cartón piedra”
“He estado toda la vida dándoles vueltas al tema. Contar algo que se vinculase al hecho de haber sido niño. Mi padre, Rafael, murió cuando yo tenía 18 años y casi al mismo tiempo derribaron la casa de la calle Zurradores donde la familia tenía una panadería, en la que viví mi infancia. Cuando lo descubrí se me cayó el mundo encima”.
Lahuerta luce una camisa negra con puntos rojos y patillas de motero contumaz. Sus ojos, de un azul mediterráneo, evidencian un sentimental sentido de la existencia. Cuando lo miras piensas, este tío lleva mucho dentro y posee una sensibilidad a flor de piel.
“Tenía la necesidad de fijar ese mundo que desaparece. Tiene gracia, nosotros éramos los últimos de la guía telefónica, Zurradores, 18, y la gente llamaba para embromarnos. En realidad, Noruega es una excusa para hablar de esa calle”.
La excusa es una descripción inédita, magnética, del barrio que rodea el legendario Mercat Central valenciano. Un rosario de calles con mucha historia, Zurradores, Corretgeria, la calle del Gigante, las calle Mantas, Trench, En Bou, un escenario antiguo para un relato posmoderno. ¿Y como se le ocurre a un fan del Valencia C.F. ponerse a escribir?
“Bueno, hay un verano en mi vida que me salva la vida y me pongo a leer. Lo primero, Blasco. Como en todas las familias valencianas en mi casa estaba la colección completa de la obra de Vicente Blasco Ibáñez. Y de Blasco a Balzac, y luego Camus, y Hemingway Faulkner. También leo las traducciones de Joan Fuster en los Quaderns Crema, de Edicions 62. Así que en el 2014 publico La balada del Bar Torino, que es una obra más intelectualizada. Una especie de autobiografía que pasa de temática”.
Lahuerta ha sido toda su vida socio del Valencia C.F. y su primer libro va de eso, porque ese bar fue donde se constituyó el club. Hay una placa en la plaza del Ayuntamiento, esquina con Russafa, que lo recuerda. El escritor sigue teniendo el carnet de socio del Club, hay cosas que no pasan.
Rafael no cuadra con nada que se parezca a la cultureta. Ni se da aires; trabaja en una papelería bastantes horas. Pero ha guardado su tiempo para ofrecernos un escenario magistral y en el momento oportuno, una situación urbanística alarmante en el que el casco antiguo de Valencia se está transformando en un parque temático para turistas. Noruega rescata esa ciudad de finales del siglo pasado y la puebla con una pandilla de jóvenes y sus trapisondas por el viejo barrio chino de Velluters. Como los zagales de Juan Marsé y sus aventis. Cuando le hablo de la desazón que produce ese escenario, el escritor asiente.
“Ese urbanismo es como un simulacro. Se ha impuesto el cartón piedra. Han conseguido que Valencia se convierta en una falla”.
Noruega tiene toques magníficos de realismo mágico. En sus páginas vibra una Valencia romana, cuando el Turia rodeaba la ciudad. Y el escritor se inventa una playa junto al mercado central, un mundo de sueños, de recuerdos y esperanzas truncadas.
Rafael está contento con las reacciones que ha tenido el libro. Entre ellas la del veterano Ferrán Torrent. Han comido juntos y el escritor de Sedaví le ha mostrado su admiración y apoyo. Gracies per la propina, el divertido libro de Torrent es un antecedente de Noruega, en cierta forma. Lahuerta no lo niega. Los chavales, las calles, los aventis, la picaresca valenciana. Y sin embargo, la novela de Lahuerta se convierte en metaliteratura y tiene mucho de experimental; la ficción se interrumpe de pronto para dar paso a reflexiones directas del autor sobre cómo abordar una novela. Es desconcertante pero funciona.
“Ese estilo significa mi incapacidad para escribir ciertas cosas. No sé novelar al estilo clásico, los diálogos se me resisten. Al hacer esos cortes podía escribir muchas cosas. Me vienen bien para describir la personalidad del narrador que no deja de ser la de un escritor frustrado”.
Cuando se le pregunta a Lahuerta sobre su próxima obra, el escritor se encoge de hombros. No tiene nada pensado. “Uno ha de ser siempre consciente de sus limitaciones”, afirma con humildad. Ni siquiera se plantea aprovechar el tirón de su indiscutible éxito. Hace bolos por la ciudad presentando el libro, pero niega las ofertas de colaboraciones en la prensa local que le llueven por todos lados.
Cuando Lahuerta se despide me entrega sonriente un recorte de periódico amarillento, primorosamente protegido por una funda, que es un artículo de la extinta Hoja del Lunes, fechado en abril de 1986, el año que el Valencia bajó a segunda. Era una sección titulada La Grada, escrita por el que esto firma cada vez que el equipo jugaba en casa. El tenía entonces 15 años y era asiduo lector de la columna. La cosa me llega al alma. Nos abrazamos; me despido de Rafael con la secreta esperanza de que siga escribiendo. Esta ciudad necesita narradores como él.