No sé qué sería de la memoria histórica valenciana sin la saga de los Corella. De su admirable trabajo a lo largo del siglo XX. Luis Vidal Corella, segunda generación de una estirpe de fotógrafos infatigables y humanistas que retrataron la ciudad y sus gentes, es el protagonista de esta historia. Un chavalete de aspecto muy espabilado que aparece en la muestra muy joven. El que esto escribe tuvo la suerte de trabajar con su hijo, con el tercer Vidal en La Hoja del Lunes en los 80. Un fotoperiodista admirable con la determinación de los Corella en su actitud profesional. Infatigable, siempre al loro, como su padre. Ahora, gracias a su nieto Luis, el visitante a esta exposición tiene la oportunidad de ver lo que pasaba en el llamado con recochineo frente de Russafa, la retaguardia valenciana durante la guerra civil, donde se escaqueaban aquellos que no querían ir a luchar y se dedicaban a las francachelas y animación de los bares y cabarés hasta que los trincaba la policía republicana.
López Olano y Luis Vidal Ayala han montado un espectáculo visual en blanco y negro que estremece por su calidad humana y por la potencia de un relato histórico en el que las mujeres valencianas, sufridoras, currantes, tuvieron que pechar con las tareas de defensa, logística y protección de la población civil. Había ya fotos míticas de Luis Vidal que eran muy conocidas, pero la visitante se va a enfrentar esta vez con una colección de instantáneas inéditas que recorren la historia de la II República como un relámpago de esperanzas frustradas. Hay obras maestras comparables a cualquier fotógrafo americano del New Deal como Robert Frank y Walker Evans, entre otros. La revisora de tranvía, de mayo 1938, por ejemplo. La que impresiona de verdad es la foto en tamaño grande del entierro del miliciano José Suarez, muerto en el asalto al cuartel de Infantería de la Alameda en agosto de 1936. La gravedad y determinación revolucionaria de la multitud que levanta el puño, la firmeza de las tres jóvenes que llevan la guirnalda frente al féretro, forman un cuadro que marca una época de la ciudad.
Hay en esta exposición magnifica en blanco y negro fotos que revelan el carácter de sus personajes. Vidal, que era más listo que el hambre, es el único que fotografía a una Dolores Ibarruri en su despacho, con su cara de pocos amigos y una determinación de estilo estalinista en el rostro que no augura nada bueno. Y la vuelve a coger en la plaza del Torico de Teruel, en Diciembre, junto al comunista Vicente Uribe, bien abrigado con un gabán tres tallas más grande, parecen triunfales pero es una ilusión, perdieron la ciudad en un santiamén. Hay otra foto impresionante que es la de García Lorca y Margarita Xirgú en el estreno de Yerma en el Principal de 1935. El poeta luce una elegancia exquisita y llama la atención la modernidad de su corbata posmoderna, con motitas como gemas, que luce en su traje impecable. Es un Lorca sonriente y dandi en estado puro. Antes de la destroza. Estremece pensar la cantidad de material destruido por el fotógrafo ante la inminente llegada de los fascistas a la ciudad. Las fotos del periodista, en manos de los bárbaros, podrían ser el pasaporte para la muerte de muchas personas.
Pero en esta muestra lo que se fotografían son mujeres. Valencianas de la clase obrera trabajando y ocupadas en mil tareas de retaguardia. Mujeres de mirada trágica, resignada, muchas veces atónitas ante la catástrofe. En el rostro de esas mujeres de Vidal se refleja el retraso ancestral de nuestra cultura, la brutalidad de la explotación caciquil que vivió nuestro país a principios de siglo. La imagen de la mujer explotada. La foto de Enriqueta Agut, hablando en un mitin con las manos extendidas, expresivas, apremiantes, ya es todo un símbolo de impotencia ante lo que vino después. Los escuetos y esclarecedores ensayos de las historiadoras Vicenta Verdugo, Luz Sanfeliu, Violeta Ros y Ana Aguado, dan cuenta del curioso fenómeno de la necesidad de retirar a la retaguardia a las primeras mujeres milicianas que fueron a luchar al frente al inicio de la sublevación. Ya me lo conto mi padre mucho antes: “Aquello tenía buena voluntad, pero fue un desastre. Las relaciones con los soldados provocaron conflictos y tuvo que suprimirse esa medida. Las llamaban, las tiorras de la revolución”. Y el que esto escribe ha buscado a su madre, que tenía 13 años en medio de la guerra, entre todos esos rostros de mujeres que cosen, que hacen ropa para los combatientes, las enfermeras, las chicas que pasean por la ciudad. Y no la encuentra nunca porque ella pertenecía a una familia de derechas y la utilizaban como espía para llevar notitas a los miembros de la quinta columna.
Una niña que cruzaba la ciudad jugándose el pellejo, pero eso ya lo he contado otras veces. La historia acaba bien porque muchos años después se casó con un republicano y gracias a eso, queridos amigos y amigas, estoy yo aquí redactándoles este articulo. “Dones i resistencia” es una muestra esencial para comprender de dónde venimos. De cómo la fuerza humanitaria de las valencianas y su trabajo incesante hizo de la retaguardia republicana, la ciudad de Valencia, la última en caer en manos de los fascistas españoles, que ahora intentan resucitar de sus tumbas, como los muertos vivientes de Romero.