CURRITA ALBORNOZ: Si algo me ha puesto de los nervios toda mi vida son los finales felices. No los soporto. Mi madre, la hippie, se desesperaba cuando de pequeña arrancaba a llorar a moco tendido cada vez que ella culminaba alguno de las historias que me contaba con el clásico del “y fueron felices y comieron perdices”. Al final la pobre optó por cambiar los cuentos infantiles por canciones desgarradas; así que mientras el resto de niñas crecían con los ecos de la Cenicienta y las narraciones de Andersen, yo iba acumulando mis primeros dientes de leche escuchando las tristes voces de Leonard Cohen, Janis Joplin y Billie Holiday. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.
De los cuentos tradicionales me fascinaban sus partes truculentas: aquellos niños devorados por las brujas, las dulces chicas envenenadas con manzanas, los lascivos lobos comiéndose ancianas. Afortunadamente, años más tarde descubriría a Sade y la cosa cambió. Porque hasta entonces siempre me quedaba esperando en aquellas historias ese giro imprevisto que al final acabara poniéndolo todo patas arriba. Incluso en aquellos casos que aparentemente terminaban mal. Aún recuerdo la cara de mi madre cuando de adolescente le discutía a Shakespeare su final en Romeo y Julieta. En mi opinión, la obra hubiera ganado mucho si la joven Capuleto, al despertar y descubrir al chaval agonizando por su amor, le hubiera dicho: “Romeo, chico, pero qué corto eres. ¿Todavía no te has dado cuenta de que soy lesbiana y que quien realmente me gusta es tu hermana?”. Mi madre, a la que el influjo de la contracultura nunca pudo borrarle del todo cierto toque sentimental, me miraba entonces con resignación y mientras se liaba un canuto suspiraba: “Ay, Currita, hija mía, mira que eres rarita”.
Por suerte o por desgracia las cosas han ido cambiando y hoy las historias que se van a la mierda gozan de la misma popularidad que aquellas que terminan en boda y con el dichoso pajarito en la cazuela. O incluso más. Así al menos parece demostrarlo el éxito que están teniendo algunas parejas que han optado por hacer pública su ruptura a través de las redes sociales. Tanto que ya se habla de una nueva tendencia en este escurridizo y aleatorio mundo donde hace tiempo que naufragamos. La prueba nos la dan Liza Koshy y David Dovrik, dos populares youtubers, con millones de seguidores, que hace poco colgaban un vídeo con el explícito título de We broke up, hemos roto. En solo unos días el vídeo conseguía acumular más de 26 millones de visionados con los que la frustrada pareja sentimental obtenía unos pingües ingresos. Claro que, como siempre, lo viejo se resiste a morir. Así que Liza y David optaron por edulcorar el final de su relación añadiéndole la guinda del inevitable: “hemos roto, pero no nos odiamos. Seguimos siendo buenos amigos”. Vamos, que lo nuestro no termina con perdices, pero no descartamos tomar unas coca colas light en el McDonal’s tras repartirnos los dividendos de nuestro último video. Una decepción.
Por suerte, Jenna Marbles y MaxNoSleeve, una de las primera parejas en entrar en el universo Youtube, demostraron tener mucha más clase a la hora de anunciar su ruptura. En su caso, optaron por comunicarnos el fracaso de su relación con cierta ironía gamberra. La pareja nos dio la noticia de su separación en una cuidada escenografía, símbolo de los eternos valores de la familia: mientras decoraban el árbol de Navidad. Y además tuvieron el detalle de hacer completamente borrachos.
En cualquier caso, estos adioses retransmitidos están definitivamente de moda. Así que a partir de ahora tendremos que ir acostumbrándonos a que cada vez sean más quienes decidan exhibir en público la putrefacción de vínculos con sus medias naranjas. No extraña por ello que Mariano Rajoy volviera elegir el plasma para decirnos adiós. Ni sorprendería encontrarnos un día de estos a Soraya Sáez de Santamaría y Dolores Cospedal protagonizando un vídeo donde nos digan que lo suyo terminó pero siguen siendo amigas. Por suerte, la Yenifer, mi compañera chonifeminista del súper, es más tradicional. Esta mañana me ha enviado un whatsapp escueto: “Curri, el Yosua, es un cabrón. Que le den por culo. Luego te cuento