Los festivales de cine se adaptan, como todos, a la situación sanitaria que estamos viviendo actualmente. La celebración de un evento de tal magnitud como es el Festival de Cannes supone un reto enorme, ya que durante diez intensos días, la pequeña localidad de la costa azul recibe a miles y miles de periodistas, profesionales y artistas de todo el mundo.
Sin embargo, y tras la edición de 2020 cancelada completamente por la pandemia, el festival de cine más importante del mundo ha vuelto a desplegar su majestuosa alfombra roja ante el mundo del séptimo arte, con todo el glamour al que nos tiene acostumbrados, pero también con todas las medidas de seguridad posibles y necesarias para garantizar un evento seguro.
Nuestro compañero de Turia, Fernando Lara, estará de acuerdo conmigo que, como era de esperar, hay muchos menos asistentes que en una edición normal; lo cual en cierto modo, al menos por mi parte, es de agradecer por la tranquilidad que eso supone. Hay menos colas para acceder al Palais, a las salas, a la zona de prensa o a cualquier evento del certamen; el Marché du Film, el mercado de cine más grande del mundo, vestía los pasillos están más vacíos que nunca, lo cual no deja de ser extraño y deja una sensación algo desoladora.

Como dice la canción, el show debe continuar y pese a todas las complicaciones pandémicas, el Festival de Cannes se disfruta siempre. Las primeras jornadas han dejado ver por la Croisette a lo mejor del séptimo arte europeo e internacional: Sean Penn, director de Flag Day (que no ha gustado mucho a la crítica); Leos Carax que inauguró esta edición por todo lo alto con Annette; Nanni Moretti con la sencilla pero eficaz Tre Piani; Mia Hansen-Løve con una fallida propuesta, homenaje a la figura (que no el cine) de Ignmar Bergman, Bergman Island; Paul Verhoeven siempre temerario y provocador con Bendetta, que muchos la resumen con solo apuntar el exceso de sexo, sangre y “devoción” cristiana en torno a un convento (podría caerle la Palma de Oro solo por eso); o quien llegó anoche con todo un séquito de estrellas del cine norteamericano, Wes Anderson. Tilda Swinton, Bill Murray, Benicio del Toro y Owen Wilson (entre otros) se pasearon ayer por la alfombra del Gran Teatro Lumiére para estrenar The French Dispatch. Por lo visto ha gustado, como siempre, lo último del bueno de Anderson; los demás mortales tendremos que esperar a verla el próximo mes de octubre.
Entre tanto, una servidora ha aprovechado para ver las rarezas de otras secciones que de otro modo son más difíciles de ver, y un buen puñado de cortometrajes de todo el mundo en el Short Film Corner, donde hay más de 800 obras en formato corto disponibles para ver y disfrutar. En la selección de la Cinéfondation de Cannes se cuela por cierto un corto español, La caída del vencejo, de Gonzalo Quincoces; corto que distribuye Catalan Films y que nos traslada a la compleja situación social y política que se vivía en el País Vasco en los años 80. Además pude ver otro corto español en el Short Film Corner, firmado por el cineasta gallego Lois Patiño (Lúa Vermella, Costa da Morte) y Matias Piñeiro, titulado Sycorax. Ya que hablamos de la (escasa) presencia de cine español en Cannes, también se presentó en La Semana de la Crítica la ópera prima de la catalana Clara Roquet; Libertad. Distribuida por Avalon, el filme entra en mercado por la puerta grande y este coming of age de corte social sobre la diferencia de clases, recibe muy buenas reseñas por parte de la crítica especializada; la veremos en salas a finales de este año; siendo este un plato fuerte para el cine patrio y la cosecha de 2021.