ANNA ENGUIX: Tras escuchar a Manolita Chen en el Auditorio del Museo Picasso agradecer que la vida le hubiese devuelto la dignidad que pasadas generaciones le habían quitado, yo me acomodaba en la butaca, y reflexionaba sobre el poder transgresor del cine y sobre la cabida que estaba teniendo en este festival; de una manera orgánica, y justificada . “Transuniversal” un documental de Rafael Robles Gutiérrez, Rafatal, no sólo resulta ser en un documental que se ha arrodillado ante toda una serie de protagonistas que practican diariamente el activismo de distintas maneras, sino que además, sirvió como excusa para reunir a un público que elogió y recibió con cariño a Manolita Chen que afirmaba lo siguiente: “Lo que yo no me esperaba es que una mujer que ha sido apedreada, escupida y encarcelada estuviera recibiendo tanto amor ahora; y mucho menos que le hicieran una película y se proyectara en este festival con tanto cariño. Yo lo único que soy es una mujer que ha luchado por la libertad durante muchos años”. Además de las importantes aportaciones de las veinte protagonistas durante este documental, hacia el final de este, se reflexionaba brevemente sobre el nacimiento del feminismo transexcluyente al igual que sobre el leitmotiv de este: “una mujer con pene no puede ser una mujer”. Resulta curioso porque esta teoría “científica” era exactamente igual a la que la policía franquista y los nazis aplicaban cómo excusa para apalizar a las mujeres transexuales; la inclusión de estos planteamientos retrógrados por parte de unos energúmenos al principio del documental debido al carácter cronológico de este, consiguió su propósito, que era lanzar al público una de las tesis más importantes en la historia de la humanidad: la consolidación de los derechos humanos no significa absolutamente nada si no se lucha por mantenerlos.
De la misma manera, por la mañana de ese mismo primer sábado de la 26 edición del festival de Málaga, la prensa se había vuelto a quedar absorta ante la actuación de Laia Costa en “Els encantats”. Ante la pregunta en la rueda de prensa de uno de los periodistas sobre la hipotética inclinación de la actriz Laia Costa hacia los guiones dramáticos -concretamente, “¿para cuándo una comedia?”- la actriz contestaba que simplemente ella leía un guión, y si se enamoraba de él todo lo demás no importaba. Elena Trapé, la directora de este filme y ganadora en una pasada edición del Biznaga de Oro por “Las distancias” ha conseguido realizar un filme minimalista y bello que logra con un monólogo final, casi cómo una traca, construir una historia perfecta y que representa a un gran sector poblacional: a aquellas madres divorciadas que a pesar de haber mirado por su propio bien al haber querido separarse de sus parejas, no pueden evitar torturarse pensando que ese divorcio perjudicará a lo que más quieren en este mundo, a sus hijos.
En definitiva, si a esto le sumamos los precedentes de los dos días anteriores (“Matria”, “Tregua(s)”, “Matar cangrejos”, “El día que nací” o “Rebelión”), la intensidad de este primer fin de semana que culminó con la proyección de “Saudade fez morada aqui dentro”, una película de Haroldo Borges (Competencia Internacional) de iniciación adolescente que es casi más bella por lo que no muestra que por lo que sí, nos confirma que esta edición del festival de Málaga ha arrancado con una oda al humanitarismo con una sensibilidad impecable. De hecho, y por mi experiencia en la Berlinale ante los filmes que se proyectarán a lo largo de los próximos días, “20.000 especies de abejas” y “Sica”, el Festival de Málaga, tan sólo puede ir a mejor, ya que si este tuviese un lema, muy lejos del elitismo social de algunos festivales -y del mal trato a sus periodistas-, Málaga se ha alejado de la mera condescendencia artística y con los pies en la tierra, está ofreciendo una programación pluscuamperfecta.