Habitualmente, el tiempo, aquí la primera parte del siglo XIX, y el escenario elegidos, en este segundo apartado el Oeste americano del frío estado de Oregon, determinan el género, pero no siempre, ya que, en tal caso, a esta película le hubiera correspondido el western de pioneros o de aventuras —tipo Río de sangre, de Howard Hawks, para entendernos— y, en cambio, no tiene nada que ver con las exigencias del género, más bien todo lo contrario (su propio formato, un desusado 1.37, funciona como toda una declaración de intenciones al respecto). Una apuesta muy novedosa que puede desconcertar al espectador cinéfilo y a la que, para situar un poco al lector, podemos adjudicar como precedente el film de Robert Altman Los vividores (1971), otra rareza con la que comparte cierta mirada acerca de las claves del capitalismo incipiente en la sociedad de aquel momento.
Su responsable es Kelly Reichardt, una veterana y desconocida cineasta que, tras diversos cometidos en el medio, debutó en el largometraje en 1994 con River of grass y que, desde entonces, ha construido una breve filmografía de frecuente paso por festivales —la película que ahora se estrena llegó a España a través del festival de Gijón— y con buenas referencias entre la crítica.
Una historia muy sencilla, casi minimalista, perfectamente enmarcada con un breve prólogo y un estupendo plano final, cuyos protagonistas, una curiosa pareja de «pioneros», constituye la antítesis de los habituales «bravos» del género, aunque la testosterona se recupera en sus antagonistas, y cuya trama se articula a través de la única vaca del territorio, generadora de una miserable «industria» con una especie de buñuelos fabricados con la leche hurtada y muy apreciados por los rudos tramperos de un pequeño fuerte que funciona como centro de operaciones de la caza del castor en el territorio.
Esta es la apuesta y este es el mérito de esta película de incierto efecto sobre el aficionado, que podrá amarla más o menos según sean sus ancestros cinéfilos, pero que siempre le reconocerá las virtudes de la originalidad y de la honestidad, aunque se permita alguna «trampilla», como esa aproximación de uno de los protagonistas a la vaca en la escena colectiva, un movimiento que vale para el guión pero que traiciona al personaje. Pecata minuta, en cualquier caso, en el universo de esta estimable película.