Quien diga que no ha echado de menos las Fallas en estos últimos dos años miente descaradamente. Sí, es verdad, muchos nos quejamos siempre de que duran demasiados días, de que hay demasiado ruido y no se puede dormir en paz o de que es imposible circular dentro de la ciudad, pero en realidad, ya sea por una u otra razón, hay algo, seamos o no falleros, que nos envuelve y encanta en estas increíbles fiestas. Yo, por ejemplo, soy de aquellos que no disfruta particularmente del desmadre, fiestas durante toda la noche o el constante ruido de petardos y marabuntas de gente, pero sí que tengo mis debilidades y, como no, tienen que ver con las tradiciones gastronómicas. Salir temprano a la calle, cuando casi todo el mundo sigue en la cama medio dormido, y percibir ese perfume a bunyuelos de calabaza, no tiene precio. Es algo que marca de manera muy precisa e inconfundible el comienzo y el final de estas fiestas.
En nada y por doquier ya estarán los puestos en las calles y bares, locales tradicionales y horchaterías os ofrecerán poder disfrutar de un chocolate caliente con bunyuelos o churros recién hechos. La cosa suena estupenda, pero puede torcerse y no ser tan placentera como nos gustaría, ya que, si es verdad que hay mucha gente que trabaja bien y honestamente, pero hay otros que no respetan demasiado los requisitos imprescindibles para darnos un buen producto por sencillo que sea. A veces se pasa la higiene por alto y se utiliza el mismo aceite (de dudosa calidad) para freír días tras día y no se cambia las veces que se debería, dando lugar a ese característico resultado de “fritanga” tan repugnante y desagradable, por lo que algo que debería provocarnos exclusivamente placer, puede conseguir el efecto diametralmente opuesto. No es cosa solo de los bunyuelos, ya que la enorme masificación del evento ha hecho que la oferta se dispare enormemente y atraiga también a comerciantes sin muchos escrúpulos. Así que cuidado con donde compráis vuestros bunyuelos y churros. Cuando algo ha de freirse, fijáos si el aceite está limpio y si tiene un olor correcto. Es fácil, lo reconoceréis en seguida. Por lo tanto, disfrutad de las fiestas y todos sus placeres culinarios pero no os olvidéis de la calidad. Eso también vale para los arroces.
En Fallas casi todos los bares y restaurantes se transforman en arrocerías, pero no todos nos ofrecen platos decentes, por utilizar un eufemismo. Ser un especialista en paellas no es algo que se improvisa en un momento y lamentablemente eso se pone de manifiesto durante estos días de locura, donde incluso paella congelada acaba en las mesas de desafortunados y desprevenidos turistas, inconscientes del crimen que se está perpetrando. Sí, porque de esto se trata, un crimen contra un símbolo que ha permitido que se internacionalizara nuestra ciudad. Yo lo tengo clarísimo: un desayuno con bunyuelos tempranito, echar a andar y almorzar mas tarde un buen bocadillo con pan crujiente, vino tinto y gaseosa, precedido obviamente de cacaos y encurtidos (que no falten mis adoradas piparras). A seguir de paseo y a mediodía un buen arroz, que sea casero (tengo amigos y amigas que son auténticos artistas) o, a falta de invitación, id a un restaurante, pero que sea bueno y donde se cocine bien y con cariño. También podéis disfrutar alguna tarde de una rica horchata con sus fartones y bueno, ya por la noche a lo mejor algo más ligero o simplemente, aprovechar para seguir viendo los espectaculares monumentos falleros.
En fin, mi consejo es que disfrutéis de todo pero buscando calidad, que aquí hay mucha. Divertíos con los petardos también pero, en esta ocasión y en una época donde las explosiones están machacando un país no muy lejano, pensad tal vez en invertir más en el lado gastronómico de las fiestas que además le vendrá de perlas a la hostelería para seguir recuperándose. ¡Felices días de Fallas!