EMILI PIERA: Créanme, quien lo probó lo sabe: para el amor es mucho más inteligente una cena ligera con buenas dosis del mejor vino que un copioso menú de marisco que no tiene ninguna de las propiedades que se le atribuyen, salvo el sabroso colesterol y el exoesqueleto. Sea por San Valentín o cualquier otro día. Como los menús de enamorados que ofrecen El Yantar (Venta del Moro) o La Sequieta (Alaquàs), donde se come bien y a precios muy convenientes en cualquier momento. Como todo no va a ser despelote amoroso, el Enocata convocó una cata de vinos monásticos que iban del monasterio de Corias a la abadía Retuerta, pasando por el vino de consagrar San Leandro de Torís. Mientras tanto, sentía cierto desasosiego por no haber estado en el Simposio del arroz organizado por el restaurante Dársena de Alicante que reunió a varios de los mejores cocineros de la tierra MariCarmen y Maria José Batlle de Casa Carmina, Norberto Jorge de Casa Benigna (en Madrid), Kiko Moya de L’escaleta, Miguel Barrera de Cal Paradís… la cocina, propiamente dicha, estuvo a cargo de Nazario Cano y el anfitrión: José A. Luengo. Simposio creo que es banquete en griego y es como mi querido amigo Chema Ferrer a los encuentros monográficos que convoca, cada tanto, en el Valencia Palace. Pues el Simposio del arroz no pudo pasarse sin la habitual casuística –que si paella plana o levemente convexa, que si salmorreta, pimentón o nada–, aunque luego llegó el menú, que es lo serio: tuétano de mar, tartar de salmonete, pescadilla encurtida, cocas, sopa de galeras, arroz de coliflor y salazones (mutación de la paella de col i abaejo) y arroz meloso con gallina y salmorreta. Y de postre, biscuit de higos con teja de marcona y chocolate negro aromatizado con fondillón. Slurp. Alicante fue de las primeras plazas en ofrecer cocina marinera solvente, profesional. Valencia y Castellón tardaron un poco más, por un cúmulo de circunstancias, en sacudirse la caspa patriótico declamatoria que encubre incompetencia. Para consolarse siempre tienen el Valencia Culinary Meeting que, entre el 27 de febrero y el 5 de marzo, ofrecerá en el mercado de Colón el producto intelectual y material de una docena de chefs valencianos y otros tantos forasteros que disertarán sobre sus asuntos, en grupo, y cocinarán, como en Simposio del arroz del Dársena, por parejas (profesionales). No suena mal. Consultar contenidos en www.valenciaculinarymeeting.com. Antes, el día 13 por la tarde se celebrará en el restaurante del Corte Inglés de la avenida de Francia la entrega de los títulos de Master Tastavins a los alumnos de la XVII promoción (y Joan C. MartIn ya está poniendo en marcha el próximo curso, los interesados pueden dirigirse a aulavinicola@hotmail .com) La clausura coincidirá con una clase magistral a cargo del director del Instituto do Vinho do Porto, Carlos Soares, que dirigirá una cata de tawnys, vintages y otras cosas de suenan francamente bien. Y un pequeño descubrimiento: La taberna d’Enric (en la calle de la Corona, 7. 960 626 833). El menú de mediodía cuesta 9’20 euros (sin el vino) y en mi primera comida incluía muntat de cavalla i pebrots i arròs al forn (en record de Manolo Reig). De postre, fruta, que estoy soltando lastre. Hay cuatro posibilidades de elección en los dos primeros grupos y cinco en el de postres. Elegimos el vino Bala perdida (11 euros) de Alicante que es una garnacha tintorera más que decente, equilibrada y sabrosa, aunque aquí aparece con la denominación Alicante Bouschet. Se come bien, volveré. Se come al modo generoso y sólido de aquellos restaurantes del Carme de finales de los setenta que ofrecían menús buenos y variados en los que siempre había costillas a la miel, a modo de fenómeno paranormal. Me encontré con un grupo de profesores de valenciano y el concejal (de movilidad) de Valencia, Giusseppe Grezzi.
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