ANNA ENGUIX: Unos días antes de que se estrenase la segunda temporada de Soy Georgina, la protagonista del reality hacía una aparición en el Hormiguero con el objetivo de promocionar la nueva temporada. Entre sus muchas declaraciones, una se hacía especialmente viral: “Cristiano y yo no somos materialistas”. Tras una primera temporada que generó todo tipo de críticas, entre ellas, “Georgina o el sueño turbocapitalista” de Elizabeth Duval, la pareja del futbolista Cristiano Ronaldo ha vuelto a convertirse en una de las grandes protagonistas de Netflix con la nueva entrega de su reality. En este, para la suerte de sus fans, volvemos con el mismo elenco que en la anterior temporada: su jet privado, su colección de bolsos y sus divertidísimos despilfarros en joyas a medida en una versión cutre del antiguo cuento de la Cenicienta.
Lo curioso es, que aunque muchos pensáramos que era prácticamente imposible superar la exposición insultante de lujos y confort de la anterior temporada en tiempos de duras carencias para los mortales; ¡bingo! Georgina ha vuelto a hacerlo. Y lo peor, es que si nos ponemos exigentes en el análisis observaremos que, al fin, no deja de ser una copia barata de uno de uno de los grandes realitys de la historia de la televisión y cultura pop: Keeping up with the Kardashians. Esta familia compuesta por cinco hermanas, no sólo reformuló el concepto de influencer (por no decir que lo creó) sino que -y a diferencia del dolor que supuso para Pamela Anderson la filtración de su sex tape– las Kardashian aprendieron a hacer verdadera pornografía del dolor a partir de la difusión de un vídeo privado de una de las hermanas; ¡ríete tú de las influencers publicando vídeos llorando por una ruptura!
No obstante, y por supuesto entendiendo el dolor que puede suponer para una madre perder a un hijo en el parto (recordemos que Soy Georgina se inicia con la siguiente declaración: “Este año he vivido el mejor y el peor momento de mi vida en un instante”). Esta segunda temporada de Soy Georgina, es de manera resumida, una verdadera oda a la estupidez humana dónde Georgina Rodríguez, no sólo vuelve a ser la führer de su grupo de amigos, sino que logra, a través de algo mucho peor, emplear una retórica verdaderamente peligrosa: nunca podremos odiarla porque acaba de perder a un hijo, y por ende, cada cosa buena que le suceda, está más que merecida.
Estos mecanismos de identificación son bastante más retorcidos que eso. Recordemos que Chloe Kardashian come oreos y Georgina, ibéricos. Se hincha a ibéricos y los requiere allá donde va, en sus sesiones de fotos, en su jet privado, en su propia casa… (que no nos extrañe que alguna marca de jamón de bellota acabe haciendo una colaboración con ella). Reivindica ser una mujer con curvas, unas curvas perfectas que parecen sumamente naturales y que apelan al público femenino de una manera muy retorcida, ya que tú, que tienes curvas cómo yo y que comes chorizo cómo yo, también puedes tener lo que yo tengo.
Pero esto no acaba aquí, de hecho, si tuviese que destacar un momento sumamente desagradable de esta temporada es el viaje que realiza a Cerdeña con el grupo de “queridas”; un nombre que resulta anecdótico ya que la palabra “querida” siempre se ha relacionado con aquellas personas que mantienen una relación con alguien casado, y en este caso, ni siquiera eso. Este grupo compuesto en parte por su propia hermana y otros amigos que reivindican conocerla antes de que fuese riquísima la acompaña en uno de sus caprichos: una escapadita a Cerdeña para desconectar de su vida tan dura. En una de las secuencias, ella decide dirigirse a una boutique de lujo para comprarse un modelito para la playa. Esta secuencia acaba con un momento “divertido” en la que el grupo de amigos compite por averiguar quién se acerca más a la suma total de todo lo que se ha comprado, repito, ella sola. Al unísono y entre risas verbalizan: “yo digo veintitrés quinientos” o “yo digo diecisiete”. Siempre me ha parecido muy “de ricos” hablar así, e incongruente al mismo tiempo; abogan por la economización del lenguaje, que no del capital.
Así que sí, si queréis volver a ver a Georgina Rodríguez llevar regalos a cualquier organización benéfica (cuya suma total no alcanza ni la décima parte del precio de su reloj), exigirle a una de sus amigas de malas maneras que le devuelva las joyas prestadas para un evento, y tragaros metraje muy poco interesante de las mil y una reformas de sus casas -trabajo que por cierto dice agotarla mentalmente en muchas ocasiones-, ¡no os perdáis la segunda temporada de Soy Georgina!