Se puede imaginar la lejana, discreta y desconocida China como una gran masa bullente que durante las últimas décadas ha sufrido una transformación social y económica sigilosa pero colosal. Wang Xiaoshuai ha puesto una lupa en un grupo de gente durante tres décadas, que bien podría parecer al azar, desde los años 80 hasta la actualidad. Gracias a esa cercanía, a ese relato de entorno e intimidad, nos explica treinta años de Historia desde dentro, desde el lugar más profundo al que llega la política, que es la experiencia vital que ésta determina en cada persona.
Desde 1979 estuvo prohibido tener un segundo hijo, a no ser que pudieras permitirte pagar la multa que suponía hacerlo. Nuestro matrimonio renunció a su deseo, por los ideales, por el bien común, por la patria. Y porque no podía pagarlo. Las tres horas de metraje, que a veces asustan más que el precio de la entrada, no son una crueldad destinada a propinar una tortura china al espectador occidental, sino que una vez terminada la película, se entiende que nada sobra y que son necesarios cada uno de esos 175 minutos para narrar el recorrido biográfico y sentimental de sus protagonistas. Este entresijo de sucesos, decisiones y constricciones tejen las vidas de de estas familias.
Hasta siempre, hijo míohabla con delicadeza y elegancia de un lugar y un periodo. Pero sobre todo lo hace con un elevado sentido de humanidad. La decisión narrativa de contar los hechos dando pequeños saltos en el tiempo, pero siempre sobre una línea que avanza hacia el presente de ese grupo de amigos, concede al espectador el favor del recuerdo, la labor de hilvanar los espacios y los tiempos para comprender el drama de las personas a las que vemos envejecer.
Esa lente de aumento que nos acerca a ellos, a veces quieta, a veces orgánicamente vigilante, guarda siempre una distancia prudencial pero logra disolverse y confundirse con el ojo que mira a través de ella