Cartelera Turia

ISLA DE PERROS, de Wes Anderson

Volver al principio de la ilusión de la imagen en movimiento en plena era digital, es ya de por sí un tributo al fenómeno cinematográfico. Mediante la técnica del llamado stop-motion, o animación foto a foto, una serie de imágenes fijas correlativas  se suceden a una velocidad suficiente, de manera que el espectador interpreta ese encadenado como  una continuidad verosímil, cercana a la que percibimos del mundo natural. La cantidad de imágenes necesarias por segundo para crear esta ilusión puede variar, pero si tomamos como referencia la canónica cifra de 24 fotogramas, se podría decir que Isla de Perros está formada por bastantes más de cien mil  fotografías. Más de mil muñecos fabricados a mano, objetos y decorados reales cuya mera observación parecen capaces de hacer confundir el sentido de la vista con el del tacto. Es la segunda película con estas características del peculiar, hiperestético y detallista Wes Anderson, tras Fantástico Sr. Fox, de 2009.

La historia se sitúa en una ficticia ciudad asiática de marcado eco nipón. El mismo director declara haber querido hacer un homenaje al cine de Akira Kurosawa. Además, adopta en su estética la exquisitez y el equilibrio del arte japonés y sus referentes culturales para entremezclarlos con una plasticidad, un dinamismo propios del comic de acción. La banda sonora también conforma una curiosa alternancia de instrumentos  y registros orientales y occidentales. Los ritmos percusionados y las melodías repetidas a lo largo de la película consiguen encuadrar los diferentes tonos dramáticos que va adoptando la narración.

La historia se desarrolla a través de una distopía arquetípica y estilizada. Durante la era de la obediencia, un líder totalitario destierra a todos los perros de la ciudad, domésticos y callejeros, a una isla apartada, difícilmente habitable y llena de inmundicia. La causa es la propagación de una gripe canina peligrosa también para los humanos. Un niño disidente de doce años se las ingenia para llegar a la isla y buscar a su mascota. Y no es el único disidente que quiere ir más allá con su discrepancia. Esta segregación y esta animadversión hacia los perros parece plantearse como una metáfora abierta, sin demasiados detalles que la encierren en una simbología determinada. Por su parte, el sentido del humor y de la solemnidad se alternan a lo largo de una trama esquemática, tal vez previsible. Pero la forma, que se permite hasta hacer bromas autoreferenciales sobre el cine, adquiere tal protagonismo que la mera contemplación de sus imágenes es ya una experiencia sensorialmente intensa.

Isla de perros es un prodigio estético.

 

ISLA DE PERROS, de Wes Anderson

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