Cartelera Turia

JOKER, de Todd Phillips

Tengo por costumbre taparme los oídos cada vez que tengo que ir a ver una película de la que “todo el mundo habla”. No es tarea sencilla porque dentro las propias estrategias de marketing del lanzamiento consiste en que se genere debate, que se hable de ellas. Es difícil sentirse ajeno a ese ruido. Por eso, el crítico de cine se convierte a menudo en un misántropo que deambula por festivales tratando de esquivar las presiones de los medios, de las productoras o de las amistades del sector audiovisual. Hace muchos años que la Turia inventó una puntuación de 0 a 5 para valorar una película. Es en esas aguas pantanosas en las que, con frecuencia, navegamos los críticos de cine. Dar claves objetivables para que el lector saque sus propias conclusiones, resulta fundamental.

El Joker, de Todd Phillips es una de esas películas que aparecen como una incógnita y se convierte en una anárquica e inquietante patada por debajo de la mesa. Decía Sigfried Krakauer, en su clásico de “Caligari a Hitler” que “Las películas de una nación reflejan su mentalidad de forma más directa que otros medios artísticos” y completaba afirmando que “lo que las películas reflejan son tendencias psicológicas, los estratos más profundos de la mentalidad colectiva que corren por debajo de la dimensión consciente”. Es en este contexto  donde hay que situar a este Joker. Nada que ver con cualquier acercamiento en clave fantástica.

La película circula por los cánones del cine realista, un Nueva York reconocible azotado por una gran huelga de limpieza, recortes sociales y desempleo rampante. Habla de un payaso perturbado que sirve de espoleta para el inicio de una gran revuelta social; una revuelta contra las élites en un contexto quizá no muy alejado del actual. En una sociedad rota y fracturada el payaso es el referente irracional de los instintos más atávicos, de un “tercer estado” al que nadie ve, pero que siempre ha estado ahí.

El Joker de Todd Phillips nos recuerda esta extraña época postcrisis que aupó a un presidente “anti-stablishment”, subido al desbocado caballo de la irracionalidad y las “fake news”, las mentiras difundidas con toda intencionalidad desde centros de poder . Es ahí donde hay que entender a Joker y donde el futuro (se supone) que habrá que entender a Bruce Wayne (Batman).

Todd Phillips ha hecho uno de los movimientos más arriesgados de su carrera cinematográfica. Su apuesta ha venido de la mano de Joaquim Phoenix. El actor norteamericano hace un despliegue de medios y recursos interpretativos propios de los grandes actores de todos los tiempos. Sin efectos especiales, ni secuencias de acción, compone un Joker, oscuro, inquietante, violento y tierno. La consistencia de la composición resulta en ocasiones un tanto cargante, sobretodo porque está en casi todas las secuencias.

La falta de previsibilidad de la propuesta de Todd Phillips ha dejado descolocado a muchos. No es una película fácil, ni mainstream , sin embargo, ha conseguido aunar a crítica y público. Si tuviera que clasificar este film lo pondría en la lista de las historias que intentan reflejar los confusos e inquietantes momentos que estamos viviendo.

Hace poco dije que el payaso Pennywise de «IT» representaba el germen del fascismo. Este otro payaso, podría ser perfectamente, el irracional ascenso de un “tercer estado” que vuelve de las catacumbas para joder el mundo.

JOKER, de Todd Phillips

Sheela Gowda. Remains

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