El viejo roquero se dio un garbeo por Ciutat Vella de Barcelona. Tras sus pasos perdidos, las antiguas aventuras de los setenta. No resultó un viaje sosegado y sensual, como los del compañero Paco, sino todo lo contrario. Una inmersión en el lado salvaje y caótico de las megaciudades que vaticinan el carácter protourbano del nuevo milenio. La visión de los barrios que flanquean las Ramblas es hoy como un relato de Philip K. Dick. El Raval es un Blade Runner avant la lettre. Sin cacharros voladores y lluvia ácida, por el momento.
En sus medineos buscó viejos escenarios de aventuras y se encontró con que habían desparecido. Lugares muertos. En el hermoso barrio de El Borne, junto al puerto y la Iglesia de Santa María de Mar, el legendario local de la contracultura, Zeleste ya no estaba. Su neón rojo sangre de la entrada está grabado en la memoria colectiva de la movida mediterránea. Ahora es una franquicia de ropa. Al otro lado, por la calle Hospital, se esfumó como el humo la Bodega Bohemia, lugar único donde una orquesta de ancianos tocaba valses para los viejos amantes; y se hacía teatro y musicales demodé; un garito para veteranos excéntricos, abuelas que bailaban vestidas de encaje blanco y cantaban coplas. Lo visitaban en ocasiones los chicos y chicas beat de la contracultura; y era como una película de Fellini. La exposición sobre el Underground de los años setenta que ha organizado Pepe Ribas, el de Ajoblanco es melancólica, tanta marcha para nada. Un repaso de los viejos sueños que acaba con la frase La utopía enderrocada. Y allí, ¡oh sorpresa! se exhibe en una vitrina el primer libro que escribió nuestro Raúl Núñez, uno de los colaboradores legendarios de la TURIA con su famosa sección El aullido del mudo. Cannabis flan, se titula, escrito en los años en que llegó a la ciudad Roberto Bolaño. Pero el chileno y el argentino tomaron caminos diferentes. Cannabis flan es una reliquia del autor de La rubia del bar, que se vino a Valencia en busca de fortuna y aquí murió, sin encontrarla.
Las calles del Raval son un plató del futuro primitivo que nos espera. Los locos, los sin techo, los inmigrantes de todo el mundo, los policías, los ancianos solitarios y estrambóticos, los desesperados que chillan solos en una esquina, las tiendas exóticas, los exquisitos pubs repletos de jóvenes británicos felices y borrachos de estar en el sur; carritos para visitantes de tracción humana, al estilo de los rickshaws orientales, bicis taxis; patinetes eléctricos que circulan a lo bestia por las atestadas callejas, sorteando a la gente…; un escenario agobiante. Como si a todo el mundo, tras las penas de la pandemia, se le hubiese ocurrido salir a la calle de golpe. Los burgueses han huido a la parte alta de la ciudad. Aquí en el Raval bullem ciudadanos del pueblo de los cinco continentes.
Una redada de los Mossos en las cercanías de la Filmoteca,; el azulado policial , una hilera de jóvenes contra la pared; a pocos metros de allí, en la plaza, un grupo de niños juega al futbol como si nada y mas allá, un público muy ilustrado acude a ver el divertido documental Dostoievsky Travels, del director Pawel Pawlikowski. Una película de 45 minutos de 1991 recuperada por la Filmo. Es de esperar que la podamos ver pronto aquí.
En Barna se están tomando muy en serio el bicentenario del autor y en la Casa Rusa hay una expo sobre él. Tampoco estaba Les enfants terribles, templo hippy del siglo pasado; en lo que hoy es la zona cero del Raval. La Rambla del Raval, un lugar de mucho ajetreo y con restaurantes marroquíes muy baratos donde se puede degustar la mejor sopa harira del mundo. La zona donde los móviles vuelan y de esquineros sin nada que hacer, como en Tánger.
El viejo Raval ya no es lo que era pero sigue siendo el gran refugio de los refugiados del mundo. Allí las casas obreras se han conservado y sirven para alojar a tantas familias pobres que llegan de todo el planeta en busca de su oportunidad. La vieja y cosmopolita Barcelona sigue ahí, bullendo de vida.