Suele pasar con frecuencia que lo que le gusta a la crítica y obtiene numerosos galardones cinematográficos no siempre acabe gustándole al espectador y La favorita puede ser un buen ejemplo. La película de Yorgos Lanthimos, en opinión de muchos especialistas, es una obra maestra, una vuelta de tuerca más en su cinematografía que evidencia la madurez de un realizador que, desde sus comienzos, ha logrado por partes iguales transgredir, provocar de manera medida y romper con todos los cánones establecidos, como demostró en Kinetta, 2005, Canino, 2009 o Langosta, 2017.
Consciente de ello y de su posición actual ha podido realizar La favorita, un drama de dimensiones épicas, un retrato poco convencional de la vida palaciega en la corte de la reina Ana Estuardo en la Inglaterra del siglo XVIII y en el que la confusión, la obscenidad y la farsa más cáustica campan a sus anchas. Pero lo que realmente es esta obra es una película sobre mujeres, un ejercicio equilibrado, cruel en ocasiones y majestuoso en el que las tres protagonistas, la reina Anne (Olivia Colman), su fiel amiga y asistente Lady Sarah (Rachel Weisz) y la joven Abigail (Emma Stone), forman una espiral amor/odio de manipulación y sed de poder. En el centro del triángulo reside la búsqueda del amor, aunque para conseguirlo utilicen todos los recursos a su alcance. Todo vale por ganarse la confianza de la excéntrica y tediosa soberana, protagonizada soberbiamente por Olivia Colman, ganadora recientemente del globo de Oro y favorita para los Óscar.
Todo está medido en La favorita y nada es casual, desde su guion hasta los fastuosos decorados pasando por el vestuario de la realeza, los obsesivos y repetitivos sonidos dentro de las melodías barrocas, los peculiares bailes en la corte, los ácidos y recalcitrantes diálogos y unos personajes que son deliberadamente llevados al límite del absurdo, de lo grotesco o del dramatismo por Lanthimos, un realizador que va mutando conforme avanza su filmografía y que se permite hacer algo que no había hecho hasta ahora: dar un giro hacia la comedia o, mejor dicho, hacia la tragicomedia. Lo que parece a priori una comedia del absurdo y la hilaridad se convierte, conforme se va sedimentando, en una obra profunda, a veces demasiado, de excelente factura.
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