Muchísima expectación ante la llegada del nuevo film del director canadiense Denis Villeneuve, una de las miradas más interesantes del panorama cinematográfico mundial.
Si nos fijamos en el argumento de La llegada, basado en un relato corto de Ted Chiang, podríamos pensar que estamos ante una película de ciencia ficción más, pero Arrival (título original del film) es todo un ejemplo de cómo este género cinematográfico puede hablarnos de cosas difíciles de abordar en otros. Al terminar la película sentí una felicidad indescriptible y esa rara sensación de incógnita, de vacío y haber visto algo complejo y emotivo, nada convencional; porque, en realidad, las buenas películas (y novelas) de ciencia ficción no sólo hablan de robots, de naves espaciales o alienígenas; reflexionan sobre nosotros mismos, de los que estamos aquí y soñamos con que alguien esté allí. Desde Yo Robot de Isaac Asimov, hasta Solaris de Stanislav Lem, pasando por Blade Runner (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) de Phillip K. Dick, siempre descubrimos que nuestra alma, nuestros dilemas morales, nuestro conflicto social se ve reflejado en esas obras y nada mejor que la ciencia ficción para hacerlo. Denis Villeneuve, ha dado en La llegada un ejemplo, como ya lo hizo en Incendies (nominada al Oscar 2010), o la no tan redonda, pero interesante Enemy (2013), basada en un relato de José Samaramago, un ejemplo de madurez narrativa, originalidad, contención del tiempo cinematográfico (como también lo hacía Kubrick) propio de un cineasta veterano. Es un creador de atmósferas.
La cámara se mueve sostenidamente hacia adelante o hacia atrás, el mismo sentido que tiene su narración, donde lo que te cuenta es el futuro y al mismo tiempo es el pasado. O al revés. El pasado es el futuro. La llegada está elaborada a base de pinceladas perfectamente hiladas. Nos va aportando significados narrativos inconexos en cada brochazo. Hasta completar el cuadro y entender esa maravillosa construcción temporal donde el pasado y el presente se funden. Al final se entiende la magnitud de la obra con un montaje final de imágenes. No es ningún viaje en el espacio, pero sí en el tiempo. La influencia del maestro Stanley Kubrick está presente en ese tempo hipnótico que el director deja claro desde el primer plano de la película: una estancia oscura donde la cámara avanza lentamente con una voz en off de fondo. Las naves rocosas suspendidas recuerdan (no en la forma), al viejo monolito de 2001: Una odisea en el espacio. Un objeto extraterrestre en medio de nuestro mundo terrenal. Un dilema, una incógnita. Los gobiernos quieren saber: “¿Quiénes son?”, y “¿Qué hacen aquí?”. En realidad, la respuesta a esa pregunta viene de vuelta. ¿Quiénes somos? y ¿Qué hacemos aquí? También nos remite a Encuentros en la tercera fase (1977), de Steven Spielberg, film que ha ganado enteros con el paso del tiempo.
La película daría para varios debates sobre el tema del lenguaje y la comunicación, la existencia de un mundo multipolar (eso de America First se acabó) o el clásico conflicto entre científicos y militares que también hemos visto en otras películas. Mención aparte merece la interpretación de Amy Adams: sobria, natural, contenida. No necesita hablar para entenderla. Igual que Jeremy Renner. Te dicen que es un científico y es un científico. Todo absolutamente verosímil. El film requeriría más de un visionado para sacarle todo el jugo. Vale la pena hacerlo. Por ahora esperaremos al que será uno de los eventos cinematográficos de 2017: el estreno de de Blade Runner 2049, dirigida por Denis Villeneuve, y visto lo visto, estamos en buenas manos.