JOSÉ MANUEL RAMBLA: Decía Juan el Evangelista que en el principio fue la palabra. Si esto es aplicable en los orígenes de eso que se vino en llamar el Gran Teatro del Mundo, parece fuera de toda duda que tiene plena vigencia para ese otro teatro más mundano, el que se materializa sobre el escenario en medio de tantas dificultades que su existencia resulta tan milagrosa como el acto de creación divino. Tal vez esto explique las entre los términos demiurgo y dramaturgo. Aunque esta no es la única coincidencia. Porque si Nietzsche nos anunció la muerte del primero, el segundo no goza de demasiada buena salud. Así nos lo advierte el Consell Valencià de Cultura (CVC) que recientemente publicó un informe sobre la situación de los dramaturgos valencianos. Y es que, como señala el documento, su carácter híbrido, a caballo entre el teatro y la creación literaria, les ha convertido especialmente vulnerable a la crisis que arrastra tanto el sector de las artes escénicas como el de la edición. Una situación agravada en los últimos años por la crisis económica, a la que en el caso valenciano se sumó el cierre de RTVV, frustrando así una salida creativa y económica en el sector audiovisual. El órgano consultivo, tras escuchar la opinión de la Associació Valenciana d’Escriptores i Escriptors Teatrals (AVEET), llama la atención en su radiografía la
marginación que el colectivo viene sufriendo en unas líneas de producción que priman los texto clásicos respecto a los nuevos autores, acrecentada por los recortes registrados en los teatros público. Por ello insta a la Subdirecció de Teatre i Dansa del Institut Valencià de Cultura a que concrete líneas de producción que tenga presente la pluralidad del panorama dramatúrgico valenciano. En esta línea, el CVC destaca la necesidad de visibilizar a las escritoras valencianas. Y es que pese a su peso en el colectivo, su presencia en las producciones públicas casi es inexistente. De hecho, en la última década solo hay constancia de una obra escrita por una autora valenciana, la pieza breve de Rosa Molero incluida en el montaje El cuarto paso producido en 2006 por Teatres de la Generalitat. Solo recientemente el Institut Valencià de Cultura presentaba en la Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante –y, posteriormente, en el Teatro Rialto- la producción La armonía del silencia de Lola Blasco. Una nota prácticamente anecdótica para una nómina de autoras no ha dejado
consolidarse con nombres como, entre otros, los de Begoña Tena, Paula Llorens, Patricia Pardo, Guadalupe Sáez, Iaia Cárdenas o Mafalda Bellido. Sin duda, son muchos las dificultades para el sector. Y sin duda las raquíticas ayudas públicas para la creación, su carácter de pseudopremios para obras ya acabadas en lugar de en proceso de escritura, o los retrasos en su convocatoria, no son las menores. Aunque, sin duda, el aspecto más decepcionante sigue siendo la falta de sensibilidad para llevar a escena la producción de estos autores, especialmente en unos teatros públicos de los que se esperaría mayor compromiso. El CVC se hace eco de algunas de las reivindicaciones que desde hace tiempo vienen planteando la AVEET. Propuestas como la creación de comisiones de lectura por los centros de producción teatral o la necesidad de aprovechar sinergias. Porque estamos ante un bagaje colectivo que, como destaca Xavier Puchades en su estudio de la dramaturgia valenciana, no ha dejado de crecer desde aquella primera promoción salida del teatro independiente de los 70 y 80 con nombres como Sanchis Sinisterra, Rodolf y Josep Lluis Sirera o Manolo Molins. Una comunidad que se enriqueció en los 90 con autores como Carles Alberola, Chema Cardeña o Paco Zarzoso, obligados a menudo a compaginar escritura, dirección e interpretación. O con las aportaciones de una generación nacida con el siglo al calor en gran medida de circuitos alternativos o iniciativas como Russafa Escènica. Creadores que no han dejado de acumular reconocimiento fuera del País Valenciano. Éxitos como los de Víctor Sánchez en los Max, o Lola Blasco, reciente Premio Nacional de Literatura Dramática 2016, así lo demuestran. Por desgracia también nos vuelven a confirmar la vigencia de aquella sentencia que desde tiempos inmemoriales insiste en recordarnos que nadie es profeta en su tierra.